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FE Y ACONTECER

“Sácianos de tu misericordia, Señor”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario - 14 de octubre, 2018

a) Del libro de la Sabiduría 7,7-11.

Los libros sapienciales, de los cuales es parte el de la sabiduría, forman uno de los grupos de libros bíblicos con perfil propio, netamente distinto de la literatura profética, de los cuerpos legales y de las obras narrativas. Este libro es el más importante tratado de “teología política” del Antiguo Testamento, o si se prefiere es un tratado sobre la justicia en el gobierno, con argumentación teológica y orientación doctrinal.

En los versos del 7 al 14 el rey Salomón suplica la sabiduría y explica cómo la adquirió, su origen y naturaleza, “supliqué y se me dio la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de Sabiduría”. Algunos autores ven en estos versos una posible alusión al sueño de Salomón cuando se encontraba en Gabaón (1 Reyes, capítulo 3).

Se presenta la Sabiduría como fruto de la oración y estimada más que todos los bienes: la belleza, la salud y la luz eran algunos de los valores más estimados por los griegos. No podemos olvidar que en este libro hay una conjunción de culturas: la griega y la semita. El autor conoce la cultura filosófica griega, especialmente su corriente estoica.

El sabio afirma que Dios es la fuente de la sabiduría verdadera, la cual es descubrimiento de la medida justa de todas las realidades. Su luz descubre la verdad sobre los bienes y valores. Es revelación de Dios, que lo hace ver todo en transparencia hacia Él. Lo pequeño cobra grandeza cuando muestra su huella. La Sabiduría es un don que, como todos, cuanto más se reparte, más se obtiene de él.

b) De la carta a los Hebreos 4, 12-13.

Como hemos dicho los destinatarios de esta carta eran los hebreos, o sea los judíos convertidos al cristianismo. En esta breve lectura, la exhortación del autor no podía quedarse en los peligros del camino. La marcha, aunque difícil está iluminada por la meta: la promesa del descanso. Esa fue, en realidad, la promesa hecha al pueblo judío. Pero cuando ya eran dueños de la tierra, la Palabra de Dios los siguió exhortando a la fidelidad y a no endurecer el corazón para poder entrar un día en el descanso sabático.

El autor exhorta a la comunidad a peregrinar, consciente de que le acompaña Cristo, pues es con la Palabra del Señor con la que podemos caminar y hacer frente a todos los peligros y vicisitudes del camino. La Palabra que es como espada de doble filo que llega hasta lo más profundo de nuestro ser y conoce nuestros pensamientos, sentimientos, debilidades. Esta buena noticia ya anunciada al pueblo judío, es la que se nos anuncia e invita a recibirla y a que nos comprometamos con ella por la fe en Cristo Jesús.

c) Del Evangelio según San Marcos 10, 17-30.

A quienes estamos familiarizados con los Evangelios nos resultan sumamente aleccionadoras las escenas que nos presentan los evangelistas, como la de este domingo, en la que se identifican tres partes bien definidas: Encuentro de un joven rico con Jesús (vv.17-22); enseñanza de Jesús a sus discípulos sobre la riqueza, dificultad para entrar en el Reino de los cielos (vv.23-27) y las renuncias de los verdaderos discípulos (vv. 28-30).

El joven rico pregunta a Jesús: “Maestro bueno ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Jesús enumera los mandamientos de la Ley de Dios. Él dice haberlos cumplido desde pequeño. Entonces Jesús, cariñosamente, le añade algo que todavía le falta por cumplir: “Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme”.

Refiere San Marcos la reacción del interlocutor de Jesús: “a estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. Como puede verse, Jesús le propone dos etapas a recorrer consecutivamente, para entrar en el Reino de Dios: los mandamientos y la pobreza voluntaria. Solamente completando el segundo paso, se accede a la clave del verdadero seguimiento, se llega a la categoría de discípulo de Jesús.

El desenlace de la escena le brinda a Jesús la oportunidad de instruir a sus discípulos sobre el peligro de las riquezas y la necesidad de la renuncia o desprendimiento de los bienes terrenos para alcanzar el Reino de Dios. Pues tener alma de rico, es decir, “poner la propia confianza en el dinero” y en lo que se posee, supone una dificultad tan grande para ese objetivo como el paso de un camello por el ojo de una aguja. Refrán popular o hipérbole oriental evidente, que expresa bien lo difícil de esta situación.

El aviso de Jesús sobre los peligros de la riqueza no es solamente para los ricos de hecho, sino para todos los que quieran ser discípulos suyos y heredar la salvación de Dios entrando en su Reino. Es una enseñanza para todos, pues todos de alguna manera tenemos “alma de rico”, incluidos los pobres que son codiciosos, avaros y apegados a lo poco que poseen. A todos los niveles sociales se busca el dinero, frecuentemente con espíritu de codicia, y se pone en él la confianza más que en Dios, endureciendo los corazones como le pasó al joven rico del evangelio.

Pero, como dice Jesús, afortunadamente todo es posible para Dios, Él es capaz de hacer maravillas en quien le abre su corazón totalmente. Quien se desprende de todo y se vacía de sí mismo ante Él, podrá comprender que no le falta nada e incluso anda sobrado. La pobreza es una consigna de Jesús para todos cuantos quieren seguirlo y no algo reservado a un grupo determinado.

A todos los discípulos de Jesús se nos pide una actitud de pobreza y sencillez afectiva y efectiva. La enseñanza de Jesús no patrocina la miseria y el subdesarrollo como clima ideal para el Reino de Dios y su justicia, sino el desprendimiento que sabe conformarse con lo necesario y compartir con los demás lo que se tiene, sin acaparar ni incurrir en la idolatría del dinero como bien supremo.

La realización y felicidad personal no pueden adquirirse ni comprarse con todo el dinero del mundo. El mismo Jesús ya lo descubrió hace dos mil años cuando, al hablar de las condiciones para seguirle a Él, dijo: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O que podrá dar para recobrarla?” (Mt.16, 26). Dejar lo que se tiene para seguir a Jesucristo es una condición básica cristiana, con riquezas adheridas a nuestro corazón es imposible entrar en el Reino de los Cielos.

Fuente: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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