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EL CORRER DE LOS DÍAS

Recuerdos de La Beneficencia

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Nací en el Hospital Padre Billini, cuyo viejo nombre era el que su creador había consignado como La Beneficencia. Mi abuela, entonces católica, y fallecida casi al cumplir los cien años, insistió en que mi madre diera a luz allí, ella de 29 años y mi padre de casi cincuenta, desearon nombrarme Francisco Xavier, pero mi hermana mayor, ya casada y con Eleonora como primera hija, decidió que me llamase Marcio, y Marcio se quedó para fines de juez civil. Pero no conforme del todo con el nombre del quinto rey de Roma, mi madre hizo un mejor aporte destinando mi segundo nombre, Enrique, a celebrar a mi tía Enriqueta Maggiolo Núñez, mi tía preferida luego, maestra graduada y luego directora de varias escuelas, y antes maestra en la provincia de San Cristóbal. Los apodos habían ya tomado residencia en casa, mi padre, también Francisco Xavier, fue coronado como Panchito por sus padres oriundos de Ciudad Nueva, y mi madre, como Chea, apodo común a las Mercedes. Nacida en la ciudad intramuros, Chea Maggiolo, nieta de Bartolomeo, a su vez hijo de Juan Bautista, fue de las primeras en aprender mecanografía y taquigrafía, de las fundadoras en los años veinte del siglo pasado, el volleyball dominicano: sus servicios se hicieron famosos en las pocas canchas de la capital.

Américo Cruzado y mi tía Enriqueta, padres de Gilda y Alicia, casaron y vivieron desde los finales de los años 30 del pasado siglo, precisamente frente al Hospital Padre Billini. La llamada aun como clínica que comenzaba, La Beneficencia, un centro de salud pensado para proteger a los pobres. También el Padre Billini, había promovido la Lotería Nacional, dedicando sus fondos a luchar contra miseria nacional.

En la casa de dos pisos, aun en pie, frente al hospital, aprendí mis primeras letras en la Escuela Normal de Señoritas Salomé Ureña, una de cuyas misiones era la práctica de las alumnas en la enseñanza primaria.

De allí mantengo en la memoria momentos relampagueantes como los de la presencia de la directora Consuelo Nivar, y las maestras Colombina Canario y Gracita Alsina Puello, cuyo trato familiar fue excepcional para todo el alumnado. Sabía que mi padre, sin ser católico era un visitante casual a la Iglesia del Carmen, donde rezaba al Nazareno, su Cristo favorito en casa de la familia Veloz, en Ciudad Nueva. En ocasiones me llevaba de la mano, mientras mi madre, evangélica, me llevaba también los domingos y de la mano, a la iglesia Evangélica, donde en la parte baja de su edificio, en la calle Mercedes, cursé mis estudios bíblicos hasta marcar mi temperamento.

Cuando mi padre comenzó pobremente a fabricar vinagre, los vendía personalmente en galones, y fue el Dr. Moscoso Puello, amigo de mi padre, el que comenzó a usar el vinagre llamado “Sabrosito” y luego Caribe, en las salas del Hospital Padre Billini, bajo su dirección.

Ya he hecho la relación de mis primas Gilda y Alicia, fieles ambas de la música que mi tío Miquico cantaba, y trovas antiguas que dejaron en mí, lo mismo que un padre, profundo amor por nombres como los de José Mojica, Lucha Reyes, Caruso, Tito Schipa y numerosos intérpretes de canciones de la llamada “vieja guardia”.

Hoy esos recuerdos agilizan mi memoria y tal vez encierran mis tantos quehaceres y mis tantas vocaciones diferentes.

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