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Infamias trujillistas sobre Imbert y Amiama

Una de las versiones más fabuladas e insostenibles de los residuos en extinción del trujillismo, que gobernó a sangre y fuego nuestro país durante 31 años, es decir que en el interrogatorio al General José René Román Fernández (Pupo), practicado bajo inenarrables torturas físicas y sicológicas, éste confesó que Luis Amiama Tió y Antonio Imbert Barrera le propusieron matar a las hermanas Mirabal, como una forma de agudizar las contradicciones de la sociedad dominicana con Trujillo, y sobre todo como un mecanismo de presión definitiva a la opinión pública internacional encabezada por Estados Unidos, para impulsar la desaparición de Trujillo. La idea intenta sostenerse sobre la base de que meses antes, había salido en el influyente periódico “The New York Times” la información de que Minerva Mirabal había sido nuevamente detenida y se temía por su vida, por lo que, su muerte ocasionaría un grave revés para la dictadura y evidenciaría la necesidad urgente de liquidar a Trujillo, tarea pendiente que después del sacrificio y la inmolación de los héroes y mártires del 14 de junio de 1959, pasó a ser relevada por sectores asociados al régimen pero en franca ruptura con la tiranía y con el visto favorable de la administración Kennedy.

En primer lugar, he oído varias veces la cinta magnetofónica del interrogatorio a Pupo Román, y en ninguna parte se hace mención a la supuesta participación de Amiama y de Imbert en el crimen de las Mirabal. En ese interrogatorio el General Román, reivindica la conjura del 30 de mayo de 1961, indicando que estuvo de acuerdo con ella con la única observación de que no mataran a Trujillo, sino que lo apresaran para luego proceder con el cambio de gobierno, que él estaba dispuesto a encabezar. En todo momento y bajo el flagelo de las torturas, Pupo Román sostuvo que la situación del país era muy difícil económica y socialmente, lo que demandaba un cambio político, y dejó entrever que la acción, según el testimonio de los conjurados, contaba con el visto bueno de Estados Unidos. Nunca Pupo expresó arrepentimiento ni desdijo de las informaciones que luego confirmarían su participación en el complot. Luis Amiama era su amigo y compadre y figura clave para enrolarlo en la gesta del 30 de mayo de 1961. Un testimonio para mí, crucial y revelador, es que Pupo, en posesión de todos los datos de la conspiración desde hacía varios meses, jamás delató el proceso.

Si hubo un 30 de mayo de 1961, independientemente del coraje y la persistencia de Antonio de la Maza y la decisión de los demás héroes, se le debe principalmente al silencio de Pupo que preservó la confidencialidad de todos los aprestos en marcha. Si hubiese sido verdad que Pupo mencionó a Amiama y a Imbert como instigadores de la muerte de la Mirabal, no debe haber dudas de que Ramfis Trujillo habría divulgado o dejado trascender una declaración semejante, tanto porque exoneraba a Trujillo del más brutal de sus crímenes, como porque responsabilizaba a dos de los conjurados del 30 de mayo en la acción homicida, destituyéndolos de la gloria histórica que le correspondió en ese interregno del ajusticiamiento. Más todavía, en los papeles que Ramfis le entregó al historiador Emilio Rodríguez Demorizi, entonces embajador dominicano en España, nombrado por el gobierno provisional del doctor Héctor García Godoy después de los acuerdos que pusieron fin a la gloriosa gesta de abril de 1965, documentos que han sido publicados en tres tomos, Ramfis no dice lo que ahora los trujillistas nostálgicos difunden tergiversando la verdad de los hechos. Y no debe haber dudas de que si hubiese sido verdad que Pupo Román ordenara el asesinato de las Mirabal bajo el aguijón de Amiama y de Imbert, y sin el consentimiento de Trujillo, Ramfis no lo hubiese dicho como una forma de absolver a su padre de aquella monstruosidad y echar lodo sobre Amiama e Imbert, quienes sobrevivieron a su persecución. Trujillo era un farsante, uno de los grandes simuladores de la historia dominicana. Fue Trujillo quien dio la orden de manera insistente y obsesiva.

Cuando ordenó la muerte de Ramón Marrero Aristy, ministro de su gabinete, lo hizo por un alterado estado emocional, propio de sus berrinches asiduos, sobre la base de que Marrero, quien cumplió una misión en Estados Unidos de defensa del régimen, se había entrevistado con el periodista Tad Szulc, quien reveló datos muy comprometedores sobre la corrupción y la crisis económica de la dictadura, en un reportaje en el periódico norteamericano, “The New York Times” de fecha 12 de julio de 1959. Tad Szulc citó en su escrito “una fuente del régimen no identificada”. Trujillo asumió que esa “fuente” citada por Szulc había sido Marrero, quien en esa fecha estaba en New York. Después de matar a Marrero, se condolió de esa muerte, envió coronas de flores a su entierro, y al otro día para sorpresa de todos, preguntaba por Marrero, qué donde estaba, que por qué no llegaba a su despacho. En dos ocasiones Trujillo se refirió públicamente a las hermanas Mirabal, la primera el 16 de mayo de 1960 en Santiago, donde afirmó que habían sectores dedicados a actividades comunistas en el país, y que se destacaban “las Mirabal y sus familiares y algunos miembros de la familia González...” Y finalmente, el 3 de noviembre de 1960, Trujillo afirmó al periódico El Caribe, que “Los únicos problemas de mi Gobierno son la Iglesia Católica y Minerva Mirabal”. Veintidós días después ordenó su muerte. Volveré sobre el tema y sobre quiénes y cómo participaron en la muerte de las tres heroínas de Salcedo y de la Patria.

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