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LÍNEAS DE GUERRA

Diluidos en la pantalla

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JUAN CARLOS GUERRASanto Domingo

“La historia no hace concesiones” dice el escritor israelí Yuval Noah Harari en su recién publicado libro “21 lecciones para el siglo XXI” donde reflexiona acerca de los desafíos que ha de encarar nuestra especie para garantizar su supervivencia, así como también las nuevas amenazas que se ciernen sobre los humanos derivadas de lo que él denomina el fenómeno de la disrupción tecnológica y los consecuentes avances de la inteligencia artificial.

Harari llama la atención acerca del hecho de que temas tan importantes como la biotecnología, el big data y la robotización del trabajo están totalmente ausentes del debate político y que, salvo excepciones testimoniales, no forman parte de los programas ideológicos y de gobierno de ningún partido. Ciertamente, y todavía más en nuestro país, estos asuntos que ya son una suerte de motor silencioso de nuestras vidas tienden a ser vistos por el liderazgo político como una cuestión de muchachos, como una moda.

De hecho, es la irrelevancia y no la explotación el factor esencial de la desigualdad en el mundo de hoy. Los excluidos de la actualidad no pertenecen a una misma raza, ni a un mismo género, ni siquiera a un mismo ámbito social. La exclusión del presente es consecuencia de que el liderazgo político ha dejado exclusivamente en manos de ingenieros, científicos y emprendedores la total gobernabilidad de la revolución tecnológica que ha tenido lugar durante este siglo.

Mientras Estados Unidos, Rusia y China se pelean por la hegemonía política a la usanza del siglo XX, Latinoamérica se entretiene con las excentricidades de Maduro o los dominicanos nos distraemos con nuestros corruptos favoritos, Facebook, Google, Apple y Microsoft se disputan los datos de miles de millones de personas sin importar su nacionalidad, raza, género, preferencia sexual, status social o condición económica y con ellos incidir poderosamente en todas sus decisiones de vida.

Y es que, como todos los ciudadanos, los políticos también nos hemos dejado absorber por la pantalla y diluido en ella nuestra autonomía para dejar que nuestras decisiones, cada vez más, la tomen unos algoritmos que, bien manejados, pueden potenciar las virtudes de nuestra especie, pero que manipulados incorrectamente pueden acarrear el fin de nuestra civilización.

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