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El confuso horizonte occidental

Titulo Principal La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que nació en abril de 1949 y que se constituyó, junto al Pacto de Varsovia -respuesta castrense de las democracias populares a esta alianza occidental-, en símbolo de la Guerra Fría como escudo militar de Occidente a una Unión Soviética que, tras la Segunda Guerra Mundial, o en medio de ella, amplió su nimbo o área de influencia, entra en una etapa de confusión que pudiera poner en juego su propia existencia.

Y es que, a pesar de que creció luego del colapso socialista al estilo soviético con la membresía de antiguos integrantes del Pacto de Varsovia luego del derrumbe del muro berlinés, el consecuente reordenamiento de fuerzas y la conquista de algunos socios por vías de intervenciones militares -Iraq y Afganistán-, La Alianza entra en una crisis existencial que no vivió con la desaparición de su antítesis tras el triunfo del mundo capitalista que dio inicio a la breve unipolaridad que manejó con torpeza el mentor de la OTAN, al no advertir que el germen de la multipolaridad se incubaba en el diseño de sus políticas, impulsadas a través de organismos multilaterales bajo su control, y orientadas hacia el dominio del mercado.

Este acuerdo de orden militar, orientado a defender a cada uno de sus miembros de agresiones “externas” y que se constituyó en plataforma de dominio estadounidense, en el que el resto de países hacen de cabos para la gendarmería global que garantice modelos económicos, políticos y culturales dependientes de sus intereses, está minado por la desconfianza, pues su líder fue desnudado por las informaciones filtradas desde Wikileaks, las que revelaron cómo el jefe del pacto, atrapado en la paranoia de un mundo en recomposición, espía a sus vasallos con intención de descubrir hacia dónde se mueven las lealtades que van creando nuevos intereses.

El líder no puede sostener la gendarmería solo, y el impredecible Donald Trump, desencajado por un comercio mundial cada vez más libre y horizontal, que crea espacios para economías emergentes que desplazan con sutileza, pero con carácter, a los “inexpugnables” templos de la economía planetaria, exige a sus paniaguados aportes financieros para el escudo antirruso, al que se le agrega la amenaza de una China que irrumpe como protagonista en el tablero geopolítico y geocomercial que no permitirá la afectación de sus intereses y los de sus aliados.

No es casual que China, segunda potencia económica mundial de acuerdo a su PIB, y primera en términos de paridad de compra, esté participando en las mayores maniobras militares rusas en toda su historia, con 3,500 soldados . En estos ejercicios del ejército ruso y mongol, llamado Vostok-2018 (Este-2018), participan 300 mil soldados, 36 mil vehículos, 1000 aviones y 80 navíos. La OTAN ha reaccionado con cautela, admitiendo el derecho que tienen los países de movilizar sus tropas en ejercicios de entrenamiento.

La Alianza Atlántica es una báscula para medir el peso de Occidente, tan descomunal a partir del 31 de marzo de 1991, que casi pulveriza este instrumento medidor. Visto ahora desde una balanza, y a la luz de las nuevas alianzas comerciales y políticas, además de la dinámica que entraña la creación de múltiples espacios de oportunidades, cooperación, interdependencia y multilateralismo, el platillo que ocupa la OTAN se levanta, haciendo confuso su horizonte.

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