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PASADO Y PRESENTE

Peña Batlle y Haití

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Juan Daniel BalcácerSanto Domingo

Consta que cuando Juan Pablo Duarte comenzó a propagar su proyecto independentista, exteriorizó su admiración por el valor que el pueblo haitiano había demostrado en su lucha contra el amo francés para romper las cadenas de la esclavitud y declararse Estado independiente. Se recordará, sin embargo, que en la misma proporción que Duarte reconoció el derecho del pueblo haitiano a vivir exento de toda dominación extranjera, así mismo consideraba que los dominicanos, en tanto que colectivo culturalmente definido y diferente del haitiano, tenían igual derecho a declararse libres de cualquier yugo foráneo. Así, en el esquema duartiano de liberación nacional, Haití, por un lado, y la República Dominicana, por el otro, debían coexistir en paz en el mismo territorio isleño, respetando cada cual su respectivo espacio vital. El nacionalismo duartiano frente a Haití era auténtico y en modo alguno etnocentrista. Postreramente, fue esa misma corriente nacionalista la que inspiró a los restauradores de 1863-1865 frente a España, y luego a los intelectuales que medio siglo después enfrentaron a los interventores norteamericanos durante el interregno 1916-1924. Entre esa legión de gladiadores nacionalistas, conviene recordarlo, refulgió con intensos destellos la estrella de Manuel Arturo Peña Batlle.

El tema haitiano. En la sustanciosa obra historiográfica de Peña Batlle hay varios ensayos sobre la cuestión dominico-haitiana: “Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana”, “El tratado dominico-haitiano de 1874 no tiene vigencia ni efecto alguno en la actualidad” y “Orígenes del Estado haitiano”, libro inconcluso que fue publicado póstumamente en 1954. Junto con sus documentados estudios sobre las devastaciones de Osorio y el relativo al Tratado de Basilea y la desnacionalización del Santo Domingo español, Peña Batlle formuló su tesis en torno a las causas históricas del anacrónico problema fronterizo el cual se inició, para los dominicanos, tras la arbitraria ocupación de la parte occidental por Francia y continuó después del triunfante movimiento antiesclavista que dio origen al Estado haitiano. En su afán por situar históricamente el viejo problema que enfrentaba a las comunidades haitiana y dominicana, Peña Batlle siempre procuró defender el derecho de los dominicanos a preservar la parte que les correspondía del territorio insular. Ha habido quienes han calificado al autor de “La isla de La Tortuga” de “antihaitiano por excelencia”, cuando en realidad sus investigaciones respondían a un genuino sentimiento dominicanista. En cierta ocasión le confesó a un amigo, el doctor Luis Peguero Moscoso, lo siguiente: “Algunos me consideran como enemigo de los haitianos, y, sin embargo, yo que los conozco mejor que nadie, te aseguro que lo que me inspiran es pena”. En efecto, entre sus coetáneos muy pocos intelectuales dominaron el tema haitiano con la amplitud y profundidad con que él lo hizo. Cuando en 1929 el gobierno que presidía el general Horacio Vásquez decidió buscar una solución efectiva al diferendo dominico-haitiano sobre los límites fronterizos, escogió precisamente a Peña Batlle para presidir la Comisión Delimitadora de la Frontera, asunto que, según Vetilio Alfau Durán, estudió en todos sus trascendentales aspectos hasta convertirse en una indiscutible autoridad en la materia.

Un pronóstico preocupante. Peña Batlle era consciente de que la solución más conveniente para ambos estados, si se quería zanjar para siempre las anacrónicas diferencias fronterizas (más allá de las dos posiciones clásicas que enfrentaban a las partes en conflicto), derivaría de una negociación directa mediante la cual se estableciera un tratado fronterizo definitivo. Porque, según escribió en célebre carta al doctor Jorge Mañach, prestigioso intelectual y Ministro cubano, “ni la historia ni la biología pueden convertirse en expresión estática de dos pueblos cuya expansión está contenida por la geografía. Somos una isla y no podemos colonizar el mar; por obligación tenemos que encontrarnos, haitianos y dominicanos, en el pequeño espacio de la tierra común”. En la citada misiva, tras referirse al drama histórico y social que había significado la formación del pueblo dominicano, Peña Batlle formuló estas reflexiones que, pese a que fueron escritas en noviembre de 1945, todavía hoy asombran por su indiscutible realismo: “Comprendo los puntos de vista de la política haitiana en su conflicto permanente con la política dominicana. Haití es un país de unos veintisiete mil kilómetros cuadrados, con una población de más de cuatro millones de habitantes, tan grande como la de Cuba. No hay posibilidad de que esa población en territorio tan exiguo y tan pobre pueda crear medios normales de subsistencia. La tierra haitiana está en aterrador proceso de erosión que cada vez hace más difícil una adecuada conjugación del medio y del hombre. La industrialización de ese país es poco menos que imposible. ¿De qué manera podrán los cuatro millones de haitianos de hoy resolver sus problemas vitales? ¿Cuál es el porvenir de esa población? La primera respuesta es categórica: Haití no puede ni podrá resolver sus propios problemas fundamentales: los problemas haitianos pesan tanto sobre nosotros como nuestros propios problemas. La depauperación, la miseria y la incapacidad productiva de cuatro millones de seres arrinconados en un extremo de la isla, sin capa vegetal explotable, sin subsuelo útil y sin riqueza industrial posible, constituyen necesariamente para nuestro país una permanente y trágica amenaza de penetración masiva hacia los centros feraces y productivos de la isla, que no podemos, que no debemos, que no queremos descuidar los dominicanos de ahora so pena de conspirar nosotros mismos contra la felicidad y la tranquilidad presentes y futuras de nuestro pueblo”.

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