Francisco de Asís (†1226) y los franciscanos

Su nombre era Giovanni Bernardone. En el 1210, Inocencio III aprobó verbalmente el proyecto de Francisco. Se le conoció como “Il poverello” [el pobrecillo]. Nunca fue sacerdote y durante años fue laico. En su temprana juventud, le marcó la violencia de la guerra, la fuerza tentadora de las riquezas, y su dominio sobre las personas. Sintió el vacío de los ideales medievales: la vanidad de la búsqueda del honor y las acciones heroicas. Quería la Buena Noticia del Santo Cristo, a quien llamaba su hermano, como regla de vida. Rechazaba el abuso de la autoridad paterna. Se dirigía a los monjes tradicionales llamándolos: “mis señores”.

No quería exenciones para su grupo. Consintió en la imposición de un Cardenal protector. Aceptó que Elías de Cortona dirigiera la fraternidad fundada por él, aun sabiendo, que Elías quería hacerla una orden religiosa. Entre Francisco y sus primeros compañeros, el Cristo inspiró un testimonio humilde e itinerante de una pobreza radical. Fueron la mejor respuesta existencial al catarismo, tan hostil a la opulencia de los eclesiásticos y la encarnación. Francisco y los franciscanos extendieron la devoción al pesebre y al misterio de la encarnación revelado en la Navidad. ¡Era una hermosa manera de combatir a los que despreciaban esta existencia corporal asumida por el Hijo de Dios! Que se sepa, Francisco no predicó contra nadie.

Para los años 1219 y1220 ya los seguidores de Francisco no son laicos. La legislación del Papa Honorio III, les exige un año de noviciado, la profesión formal de votos, y el control de la predicación. Son una nueva orden religiosa.

En el 1219, Francisco de Asís intentó convencer al Sultán de Egipto con su predicación. Durante su visita, la gentileza de Francisco le ganó la tolerancia para los franciscanos en los dominios del Sultán. Francisco había aconsejado a los cruzados dejar la vía violenta.

Pronto los discípulos de Francisco se dividieron: unos querían una regla menos severa, otros querían guardar la radicalidad de Francisco. Unos querían prepararse intelectualmente para intervenir en las cuestiones de la época, otros insistían más en el testimonio de la pobreza, en fin, todavía otros, querían asemejarse a los predicadores dedicándose más a ese ministerio. En vida de Francisco, hacia el 1220 él mismo advertía del peligro de los estudios y de las dinámicas de poder y soberbia que generan, sin embargo, estaba claro: si se quería responder a los herejes, ¡había que estudiar!

Francisco recibió como un don, llevar en su cuerpo las llagas de Cristo en su pasión. Al redactar su testamento, Francisco insistía en la sencillez, y la pobreza sin privilegios.

No habían pasado 10 años de su muerte y ya el Papa tenía que intervenir contra discípulos de Francisco que dirigían la orden de manera tiránica.

Alguno de los seguidores de Francisco, como Gerardo de Borgo San Donnino, OFM., anunciaron que con los franciscanos espirituales comenzaría la Edad del Espíritu Santo. Profecía que desencadenó grandes expectativas y le acarrearía a la orden la sospecha de herejía hasta los finales del siglo XIX.

Cuánto le deba la Iglesia a los franciscanos y su impacto increíble se advierte en este dato: en 1282, a menos de 60 años de la muerte de Francisco, la orden franciscana contaba ya con unas 1,583 casas esparcidas por toda Europa, signo de simpatía, fe sincera y cercanía humilde a todos (Friedrich Heer, El Mundo Medieval). Esas casas eran centros de fe, devoción, renovación y profundización en la fe cristiana. En la primera línea de la devoción y el pensamiento estaban los franciscanos.

Fueron misioneros audaces. La tercera orden franciscana influyó en todas las sociedades europeas. Franciscanos y dominicos fundaron importantes ramas femeninas y atrajeron la atención del papado sobre el extremo Oriente y el islam.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do