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EL CORRER DE LOS DÍAS

La ciudad de adentro

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Titulo Principal Buscando los restos de ciudad que me quedan dentro del corazón he encontrado algunos poblados de callejones, que nunca he visitado no lo deseo, no vaya a ser que la realidad sea inferior a la imagen que las lecturas o descripciones me hayan propiciado. Como por curiosidad me he puesto a investigar, casi imagino que existen lugares apreciados por lo que dicen de ellos los amigos, los cuales, como es de lugar, tienen sus gustos, diferentes y no siempre coincidentes con lo que piensa el “imaginador”. Yo conocía a Buenos Aires en tangos clásicos de Francisco Canaro y cuando arribe por vez primera, pedí a mis amigos y familiares que me llevaran a La Boca, donde nació el tango criollo y donde las instrumentos concitados en Caminito, “bajo la luz de un farol que en la noche parpadea” visite los tugurios que me habían permitido suponer porque aquella mujer “volvió una noche, había en su rostro tanta ansiedad” y en algunos de mis trayectos los caminos fueron la llama de un barrio que aun siendo ya turístico, mantiene el alma imperecedera de los inmigrante que convirtieron en tanto urbano lo vino como rural en las voces del propio Gardel, y las cuerdas de los guitarreros que encendieron la victoria de mi imaginación.

Lo cierto es que existen ciudades interiores y que las recordamos paso a paso, de las que reconstruimos sus rincones, y donde las apariciones, como en los cuadros oscuros de Francisco de Goya, (sombras de las sombras,) cobran vida hasta hacernos creer, a fe cierta, en los espíritus al borde trágico del aniquilamiento. Voces de un pasado alguna vez turbulento, que hoy, demudado, disminuido, detenido en las huellas donde la mandolina dibujó con sus endechas que se cansaron de esperar, apenas tratan de entender el presente bulloso y falto de lógica.

Toda ciudad de la cual los recuerdos tienen alientos de perfumes indescifrables, disfruta fantasmas, que invocados, emergen de la bruma, los que alcanzan a ser leyenda porque surten el fantasmario que alimenta la imaginación de sus habitantes pródigos en transparencias, y provee de melancolía los sueños atrasados y el terror de los recuerdos esqueletales del tálamo católico de las catedrales; recuerdos que alimentan los fuelles de la mejor quimera en las familias que aun creen que, habiendo pecado y sin haber hecho bien, irán, gracias a sus rezos, directamente al celestorio, sin haber meditado en las cuestiones del espíritu, y en los consejos del benemérito hijo de David, Salomón, rey de proverbios y señor de palabras salmicas, que aun bajan de las alturas para proteger tu paso, para asegurar que “no dará tu pie en resbaladero y se dormirá el que te guarda” y porque es sabido, también, que Él es tu escudo y tu mano derecha. El que ve lo que haces y sabe lo que sientes.

Digo que podría ser platónico pensar que los sueños son en verdad elementos de “otra realidad” como piensan los escudriñadores de la indescifrable Psiquis, graduados en las universidades, los que recetan cómo se domestica el pensamiento o por qué el mismo se niega a ser domesticado.

He aquí que como dijera el hermano Ramon Francisco, el primer animal doméstico del que se tienen evidencias de imaginación es el ser humano, y dentro del mismo seno de la madre tiene ínfimos y delicados sentimientos, y luego la experiencia de un entorno en el que los ambientes y paisajes son la primera muestra de que lo pensado estuviera vigente.

Cuando somos niños, estrenamos nuestro primer asombro a la vez que miramos con indiferencias e indiferencias primarias, pero habrá un día en el que podríamos identificar las ruinas de algún templo que luego consideraremos rúnico, cuando nos daremos cuentas del alter, del otro que vive y nos mira, de quien es otro que, tal vez vive en el país de las hadas y donde aplauden las voces con las que nos tropezamos en la infancia.

El “adentro” y el “afuera” no desean, al parecer, ponerse de acuerdo, como para formar parte de la realidad y la irrealidad en busca permanente fusión. De ahí que, cuando la vejez se convierte en acertijo, la misma gaste muchas horas elucubrando, tratando de saber si en verdad es cierto aquello que “antes que luz fue carbón.” Creo Lux y por ello lujuria, no solo aquella forma de energía inasible que define el entorno y lo llena de conciencia, sino todo lo que se define a sí mismo para mostrar un resultado del esfuerzo con el que se llega del presente al pasado, bajo un cumulo de pensamientos coherentes y de respeto a lo que hemos sido, si para bien o para mal.

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