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EL DEDO EN EL GATILLO

El mundial de fútbol (2)

A la columna de la pasada semana le faltó la coleta. El resplandor de un gran poeta como Nicolás Guillén, incapaz de zaherir a nadie, ni de albergar sentimientos de intolerancia contra cualquier bardo por pobres que fueran sus ofertas literarias.

Los sucesos narrados en la columna anterior sobre el plante de Guillén a un poeta invitado por su asistente a una lectura de textos, no fue gratuita.

Años atrás, el Poeta Nacional de Cuba tuvo un conflicto con su secretaria, y esta renunció a su cargo. Guillén entristeció y le rogó de mil formas que volviera a su cargo. Pero ella se negó.

En medio de ese conflicto, muy común entre jefe y empleada, apareció el poderoso jefe de una institución paralela a la Unión de Escritores de Cuba y le ofreció empleo a la secretaria de Guillén, desoyendo el dicho que reza “en casa ajena no se entra sin antes avisar”.

Y el resto queda a la interpretación del lector. A fin de cuentas, la secretaria renunciante volvió con su antiguo jefe, quien quedó dolido no con ella, sino con el poderoso jerarca de la institución que “amablemente la recogió de la calle”. Este, con el paso del tiempo, fue el poeta citado por el ayudante de Guillén para la lectura de marras. Y el Poeta Nacional de Cuba se molestó al verlo entrar en el recinto de los escritores habaneros con la frente en alto y sus papeles bajo el brazo, dispuesto a leer un poema. O quizás dos.

El resto es la hojarazca de la historia.

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