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Hostos: ayer, hoy y siempre

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Yvelisse Prats-Ramírez de PérezSanto Domingo

En el mundo interior de cada quien, a semejanza de lo que sucede en el planeta en que habitamos, se suceden varias estaciones: unas frías, que inducen a la melancolía, otoño, invierno; otras, luminosas y cálidas, verano, primavera, que expiden aromas alegres.

Últimamente, porque tengo una inclinación invencible a sufrir los que los otros sufren, atravieso un periodo con más dolores que gozos: los valores que han dado razón de ser a mi oficio de maestra y política se han devaluado, valga la paradoja, y la violencia generalizada, desafían mis convicciones de humanas y cristianas.

El lunes pasado, un encuentro y una conversación distendida, pero a la vez profunda, me internaron en un prado repentino de serena alegría, de recuperación, de buen ánimo.

Visité al Dr. Roberto Cassá, transformador del antiguo depósito desordenado en este Archivo moderno proveedor de servicios encomiables. Mi esposo, Mario Emilio, me acompañó, y creo que después del “conversao”, entró también en esa región de confort espiritual.

El motivo de mi visita era de por sí emocionante. Había solicitado la entrevista para donar al Archivo, en manos de su director, documentos valiosos de mi archivo personal, que contienen, paso a paso, la historia del proceso del traslado de los restos del maestro Eugenio María de Hostos, de una maltratada y olvidada tumba, hasta el Panteón Nacional, para ser honrado como lo que fue, lo que debe seguir siendo para dominicanos y antillanos todos, un prócer del civismo.

Como Secretaria de Educación en el cuatreño 1982-1986, solicité al presidente Salvador Jorge Blanco ese traslado, como justa reparación a la losa que había caído sobre la vida y la obra del Sr. Hostos, a partir de la decisión del Dr. Balaguer, entonces Secretario de Educación, que excluyó el estudio de las teorías hostosianas del currículo nacional, por orden directa de Trujillo.

En mis años de bachillerato en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, estudié Moral Social y Sociología en los propios textos del Sr. Hostos. La directora, Licda. Urania Montás, había sido alumna de Luisa Ozema Pellerano, educada por Salomé Ureña, quien fue la discípula dilecta del maestro.

Con ese bagaje, me formé como lo que soy.

Soy hostosiana. Creo, no en copiar sus conceptos del siglo XIX en el siglo XXI, sino en contextualizar en la agenda de hoy sus valores, su amor por la libertad de los pueblos, su honradez, y su afán de llegar a las verdades del conocimiento mediante la investigación y el raciocinio.

Asimilé e hice mía una sugerencia hecha por Máximo Avilés y Patín Veloz, funcionarios de la Secretaría, para honrar al Sr. Hostos como se merecía, en el Día del Maestro del año 1984. El presidente Jorge Blanco atendió casi inmediatamente, y en dos decretos sucesivos concretó y amplió la propuesta.

Mediante un decreto concedió a título póstumo la Condecoración de Duarte, Sánchez y Mella al Maestro.

Otro decreto ordenó el traslado de los restos de Hostos al Panteón Nacional, y dispuso que se hiciera una ceremonia solemne, en la que participaron los altos funcionarios del gobierno, las autoridades de las Fuerzas Armadas, y una representación del magisterio, de la intelectualidad nacional y las principales autoridades puertorriqueñas.

Con júbilo, con entusiasmo, con ardor, así lo hicimos. Los documentos que deposité en el Archivo General de la Nación el lunes son testimonios de la ruta que transitamos, no exentos de piedras, y malezas, que no lograron desviarnos de nuestro camino.

La vieja y errónea afirmación del ateísmo del Sr. Hostos, fue enarbolada con fuerza en el debate mediático que se desató entonces.

Su laicismo, que buscaba mantener el aula escolar sin enojosas disparidades religiosas y políticas, fue, con mala intención o sin ella, confundida con el ateísmo, era además, masón, otro motivo de rechazo para quienes no conocen que el primer requisito para ingresar en una logia es conocer a Dios, el “Gran Arquitecto del Universo”, una hermosa metáfora que usan para referirse al Creador.

Porque el presidente Jorge Blanco conocía y leía la obra de Hostos, el 25 de junio de 1984, homenajeamos en el maestro Hostos a todos los maestros dominicanos.

En los archivos que deposité en manos del Dr. Cassá, se encuentran las fotografías que perpetúan el momento en que frente a su cráneo sobrecogió a los presentes una emoción inexpresable.

Como el Dr. Cassá va a publicar estos documentos, espero que sirvan para que se refresque la memoria de Hostos, no solo en ofrendas florales o en artículos, sino estudiando su vida y su obra en las instituciones formadoras de maestros. También para que los estudiantes lean en sus manuales de Historia sobre él.

Esta esperanza es la que cambia mi clima interior, haciéndolo gozoso al salir del Archivo.

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