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UMBRAL

Hacer grande a EE.UU

Donald Trump ha sido para el pueblo estadounidense un empresario exitoso. Desde sus negocios inmobiliarios este hijo de inmigrante escocesa y abuelos alemanes aprendió a actuar como patrón, como el “negociador” que impone su visión y estrategia para maximizar las ganancias de sus empresas. Sus colosales edificios semejan la fachada de su carácter: imponente, impetuoso, indomable, desafiante, avasallador, irreverente, inexpugnable y prepotente.

El éxito, fraguado en su destreza y olfato empresariales que parecía estar a la medida de sus pasos, le hicieron detectar un proceso de debilitamiento del poderío económico estadounidense, y como si se hubiera alimentado de la vianda servida por Samuel Huntington en su libro “¿Quiénes somos? Los desafíos de la identidad estadounidense”, preparó un recetario tan conservador como el intelectual de marras para construir el camino que, de acuerdo a su visión, devolvería el esplendor que durante un tiempo permitió al país del norte ser la fuerza hegemónica planetaria.

Pero trasladar la dinámica empresarial a los esquemas del Estado, como tal vez pensó el mandatario de los Estados Unidos, carece de sentido, porque en sociedades capitalistas, mientras la lógica empresarial gira en torno al capital y la acumulación de éste, la entidad que personifica a la nación actúa sobre todos los ámbitos del quehacer colectivo en un complejo accionar regido por leyes que ordenan una multiplicidad de fuerzas e intereses que se armonizan a través de instituciones que surgen como consecuencia de los contratos sociales.

El Estado no tiene un dueño, puede haber, como de hecho lo hay, una clase dominante o gobernante, que siempre estará sujeta a la presión de las dominadas o gobernadas, por lo que nunca podrá actuar como el patrón que junto a sus accionistas impone reglas de juego en sus negocios, obedeciendo a la naturaleza expansiva del capital sin consecuencia que genere catástrofe, como sí se produce cuando desde la administración del Gobierno se recurre a la dinámica empresarial del jefe que ordena y el asalariado u obrero que obedece.

Hacer a Estados Unidos grande recurriendo a una retórica cargada de nostalgia, de los residuos de valores que dieron forma a la identidad de ese país, es negar que en los procesos de desarrollo los valores se transforman; cambian para negar lo que la sociedad va superando, para hacer los ajustes hacia nuevos modelos de producir bienes y servicios, para encajar en la nueva forma de hacer negocios, para corresponderse con los avances en la ciencia y la tecnología, para navegar a la velocidad en que se transforma la manera en que nos comunicamos.

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