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Ante tantos suicidios, loa a la juventud

En el año 2016, el suicidio se estableció como la segunda causa de muerte entre los estadounidenses con edades comprendidas entre 10 y 34 años.

Así lo establecen los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de esa nación.

En su escalamiento en este segmento poblacional, el suicidio como causa de muerte sólo fue superado por las lesiones involuntarias óque incluyen los accidentesó, entronadas como la primera causa de los decesos reportados para el grupo con edad de 10 a 44 años. Le siguieron los neoplasmas malignos, entres los de edad entre 45 a 64 años, y las enfermedades del corazón, en las personas mayores de 65 años, cuya incidencia fue casi el 80% (79.81%) de las muertes causadas por problemas cardíacos en todos los grupos de edades (635,260).

Más aún: el auto asesinato fue, además, la cuarta causa de fallecimiento entre los ciudadanos norteamericanos con edades entre 35 a 54 años. Y la octava, entre los envejecientes de 55 a 64. Para todas las edades, matarse fue la décima causa de muerte.

Según el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud (National Center for Health Statistics, NCHS por sus siglas en inglés), del 1999 al 2016, la tasa de suicidios en esa nación creció 28%, al pasar de 10.5 a 13.4 por cada 100,000 habitantes, afectando principalmente a hombres, entre quienes fue “casi cuatro veces mayor (21,3 por 100.000 en 2016) que entre las mujeres (6,0 por 100.000 en 2016)”.

La entidad afirma que, por esta causa, en el 2016 murieron 44,965 personas, equivalentes al 14.95% del total de muertes por daños ocurridas en su territorio (231.991) ese año, distribuidas, por causas, en 69.6% para las muertes por daño no intencional, 19.4% por suicidio y 8.3% por homicidio.

Datos reveladores y sorprendentes: los enemigos públicos de las personas empiezan a ser ellas mismas. La gente debe empezar a cuidarse de sí. Porque, según afirman las estadísticas para tal año, los suicidios superaron en más del doble la mortalidad por homicidio, colocándose, frente a estas, en 233.73%, un indicador que afecta doblemente las políticas públicas sociales al sugerir efectividad en la lucha contra la criminalidad, junto a un creciente fracaso en la prevención de suicidios o en su detección y solución oportunas, tanto respecto a sus profundas y reales causas como a las probables o, lo que es lo mismo, a las que les fueron atribuidas.

El suicidio cae así a una vorágine que reclama mayor estudio en un entorno donde las muertes por daños afectan al 98.6% de los hombres y al 44% de las mujeres en sus respectivos grupos: un obvio indicador de predisposición en los géneros ó¿cultural o genética?ó a preferir formas específicas de reaccionar ante los estímulos, las opciones vitales y las formas de concebirlos.

Esta incidencia de muertes por daños reproduce la proporción ósin diferencias significativasó registrada para los sexos en las muertes por suicidios, siendo el 222.1% frente al señalado 233.74%.

Según gráficos de ese centro, la tasa de muertes por daños en ese país y año no presenta diferencias significativas entre las poblaciones con edades de 20 a 55 años. También cuantificaron su tasa en los grupos étnicos blancos, negros, indo-americanos-indígenas-esquimales-aleutianos entre cuyas muertes totales y poblaciones fue 70.39%, 72.1% y 76.5, respectivamente, con diferencias intra raciales menores al 10% que, sin embargo, ante su tasa de incidencia en la población asiática o de origen asiático, fue muy diferente ya que frente a la media registrada en estos tres grupos poblacionales (74%), las muertes por daños entre los asiáticos norteamericanos fue el 33.3%, es decir 2.83 veces menor.

En resumen: la tasa de suicidio intragéneros, frente a todas las muertes por daños, es revelador: 21.3 para los hombres y 6.0 para las mujeres: 3.65 veces más. El problema empieza a afectar a ambos sexos desde los 10-14 años (2.1), cuando inicia su carrera agravante para a los 15-19 registrar 10.0; escalar a 16.1 entre los 20-24 años y mantenerse casi invariante hasta los 45, con 18.5 desde donde recobra fuerza hasta alcanzar el clímax entre los 50-54: 20.9, empezando a descender ligeramente hasta los 74 años (15.8) para finalmente coronarse a los 84, llegando a 19.4.

A diferencia de la muerte por daños, las tasas de suicidio fueron menores en la población negra y asiática: 6 y 6.6, respectivamente. Entre los dos grupos, blancos contra indoamericanos, indígenas y aleutinos, su incidencia fue 15.2 y 13.4, respectivamente.

En otras palabras, la juventud blanca y latina de ese país, en 2016, optó por matarse. A una edad que nadie está destinado a morir. En el interior orgánico, familiar o social algo no anda bien y está contrariando y debilitando el instinto de supervivencia que la naturaleza imprimió en la psiquis o en algún escondrijo de la estructura genética como recurso de supervivencia a favor de la vida.

Estos datos, leídos desde la cultura, advierten un mal subyacente en las personas, incubado en las experiencias acumuladas en las familias y la sociedad. Los Estados Unidos constituyen una nación grande y poderosa, en su seno se forjan extraordinarios visionarios, espectaculares estructuradores de universos, haceres y artilugios. Y, también, gente frágil y sensible que a pesar de la vastedad territorial, de oportunidades y opciones, no encuentra lugar a sus esperanzas, siquiera dentro de ellos mismos.

Parecería el precio trágico, oculto y amenazador, detrás y debajo de esas grandes fortalezas: un sino trágico cebándose en la piel de los más débiles y necesarios que por el influjo de ese país puede ser contagioso y expandirse como modelo de reacciones y actos.

En los humanos, la juventud es punto de arranque y búsqueda; de ilusiones, perspectivas de realidades nuevas, promisorias, socialmente útiles y bullentes. No si la historia se ha detenido y su repetición cansa. Peor aún si ante tanta acumulación de poder se han cerrando opciones y espacios. Terrible si los padres han dejado a sus hijos sin la protección de su mirada y su cuido.

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