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El dedo en el gatillo

Una mentira dicha mil veces puede llegar a ser verdad

Se convirtió en un abogado singular desde que aprendió la lección. Una mentira no puede ser aplastada por la verdad, sino por otra mentira. Irritado, molesto y remordiendo el polvo de la sapiencia ultrajada, el abogado achacó su derrota a las ramificaciones del poder. Pero se equivocaba: solo en las películas la mentira es vencida por la verdad.

La mentira suele vestir de largo en las noches de juerga, de llevar el porte de la muchacha veinteañera con los labios desbordados de color y el swing de las estrellas de Hollywood. Puede guiñarle el ojo a los que viven ardientes de pasión, a las miradas furtivas, a las ansias de mirar a través de lentes de un color: Además de cautivar: seduce y se deja seducir porque suyo es el reino de las manipulaciones.

La intención de este escrito no es poetizar, sino desacralizar. Frente a una mentira no valen argumentos sólidos ni teorías científicas. Solo la simulación puede dejarla correr, navegar por sus veredas y ver cómo se sumerge en las aguas de su propio océano. Si la dejamos expandir, llegará el naufragio, el desborde de los ríos: el agua podrá inundarlo todo. Hasta la tentación.

El abogado salió aplastado. A su modo de ver, el bien volvió a ser derrotado por el mal. Pero se equivocaba. El velo que se escurre entre la verdad y la mentira no propone el eterno combate entre el bien y el mal. Es un juego de inteligencia donde nosotros, los sobrevivientes, solo tenemos derecho a usar máscaras para respirar nuestra propia asfixia.

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