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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Las emociones de graduarse truncadas

He asistido de manera ininterrumpida a las últimas diez graduaciones de la Universidad Dominicana O&M, donde soy profesor de la escuela de Comunicación Social de esa academia privada desde hace 14 años.

En cada uno de los actos de investidura he sido testigo de la emoción que embarga a los estudiantes cuando llegan a esa etapa de sus vidas, algunos incluso sin poder contener las lágrimas por los tantos sacrificios en que incurrieron para completar una carrera universitaria.

Los rostros de satisfacción de graduandos cuando escuchan sus nombres, así como las expresiones de júbilo de sus familiares, muchas veces rompiendo el protocolo, son las más claras evidencias de que observamos un momento cumbre en la vida de cualquier persona y de padres que ven coronado un sueño de sus hijos por el cual también lucharon.

Eso incluye las sesiones de fotografías y vídeos con sus familiares y allegados para guardar en el tiempo ese recuerdo tan gratificante en la vida de cualquier ser humano.

Y en esos actos siempre llega a mi mente una canción que hizo muy popular el intérprete Luisito Rey titulada “Éxito”. En una de sus estrofas dice: “Éxito, noches amargas, días de hambre, pero seguir. Éxito, el que lo halla solo sabe lo duro que fue”.

Fueron todas esas emociones de una graduación las que truncaron al estudiante Albert Ramírez Alcántara los delincuentes que lo mataron la semana pasada para quitarle su celular.

Sentí un hondo dolor cuando me enteré del vil asesinato del joven, quien tenía previsto graduarse con honores académicos en la Universidad del Caribe, en la carrera de Educación, simplemente para despojarlo de su móvil.

Las reacciones en personas que me comentaron la triste noticia y el título que la acompañó, “La silla quedó vacía”, han sido una combinación de profunda tristeza y rabia por el cobarde asesinato de un estudiante meritorio, ya que paralelamente a la carrera de Educación, también cursaba la de ingeniería civil y, en el sector donde residía, los vecinos dicen que era un joven ejemplar.

Albert también anhelaba ser maestro para transmitir a otros los conocimientos adquiridos, una aspiración que también pone de manifiesto la nobleza de este joven que viajó desde su natal San Juan de la Maguana a la capital en procura de crecer y desarrollarse en lo personal y profesional.

En las aulas he conocido muchos casos de estudiantes que recorren largas distancias desde diversos pueblos de provincias hasta la capital para recibir docencia, a veces solo con el dinero del pasaje, en un esfuerzo loable por adquirir los conocimientos que les permitan mejorar su calidad de vida y de sus familias.

A raíz de los niveles alarmantes de delincuencia en el país, como educador he tomado incluso la decisión de permitirles a universitarios de provincias que se retiren unos minutos antes de terminar la docencia en la última hora, debido al riesgo que implica llegar tarde en la noche a sus casas.

Quienes me conocen, saben que también tengo la costumbre de pedirles a mis amigos y amigas, luego de reunirnos o de compartir un momento de diversión fuera de las casas, que no dejen de enviarme un mensaje o llamarme cuando llegan a sus hogares, porque solo así puedo estar tranquilo cuando llego al mío.

Es la triste realidad de una delincuencia cada día más osada y despiadada que nos ha cambiado el estilo de vida.

Las autoridades policiales y judiciales están en el deber de aplicar todo el peso de la ley a los desalmados que troncharon una vida en ciernes y el ejercicio profesional de un joven meritorio que pudo realizar invaluables aportes a su patria.

Otro aspecto inaplazable y sobre el cual los medios de comunicación han insistido en múltiples ocasiones, es evitar de una vez por todas que el teléfono celular sea un bien apetecible para los delincuentes. Todavía negocios que se dedican a la activación de celulares exhiben letreros, a la vista de todos, en que promueven el desbloqueo de estos aparatos, la mayoría robados a indefensos ciudadanos.

El Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel) y las compañías telefónicas están en el deber de erradicar esta lesiva práctica. No creo que a compañías telefónicas de prestigio les satisfaga abultar su cartera de clientes sobre la base del luto y el dolor de tantas familias que se han visto en situaciones similares a la del joven Albert.

Cuanto me apena que delincuentes sin el más mínimo respeto por la vida troncharan a Albert las emociones de vivir su graduación, esas que he visto en los ojos de tantos jóvenes que me han acompañado en las aulas durante casi tres lustros y a quienes acostumbro como educador a acompañar en un momento tan especial de sus vidas.

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