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FE Y ACONTECER

La transfiguración

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Segundo Domingo de Cuaresma 25 de febrero 2018 – Ciclo B

a) Del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13.15-18.

En estos versículos se narra el momento en que el gran patriarca recibe la orden divina de sacrifi car a su hijo Isaac para ofrecérselo a Dios, él obedece al Señor y se encamina al monte Moria con su hijo que, sin saberlo, lleva la leña para su propio holocausto. Su obediencia a Dios es la expresión de su confi anza. En el momento cumbre el ángel del Señor detiene el brazo de Abraham y un carnero sustituye al hijo en el sacrifi cio.

En vista de su probada fi delidad, Dios le renueva su promesa: descendencia numerosa, tierra en posesión y bendición para su pueblo y para todas las naciones.

Este es un episodio que a más de uno le parecerá extraño, pero es paradigma de absoluta confi anza, que se explica por la fe excepcional de Abraham y la bondad del Señor. Abraham, se fía del Dios en quien cree y se dispone a sacrifi car al “hijo de la promesa”, la confi anza se lo devuelve nuevamente.

El relato del sacrifi cio de Isaac envuelve diversos puntos fuertes: prueba de la fe de Abraham, rechazo por parte de Dios del sacrifi cio humano y promesa de la descendencia. La actitud del Patriarca es creadora del pueblo de Dios en el mundo.

Dios “prueba” a un hombre justo, que va a responder y no va a matar a su hijo, sino a engendrarlo en una nueva dimensión. El rasgo que defi ne la fi gura de Abraham es la confi anza. Es la que impulsa cada uno de sus movimientos y acciones, le mantiene atento hacia el Dios que llama, le hace emprender caminos de renuncia, le asegura que tendrá un hijo, cuando lo tiene le pide que se lo sacrifi que, le hace ver el monte Moria como el lugar en que “Dios proveerá”. Isaac es considerado por la tradición de la Iglesia como tipo del sacrifi cio de Cristo que, cargando con su cruz, subió al monte Calvario para su sacrifi cio redentor, obediente a la voluntad del Padre, quien, por amor al hombre, “no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”.

b) De la primera carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 31b-34.

Esta Carta de San Pablo a la comunidad cristiana de Roma es de gran importancia, no sólo porque esta comunidad no fue fundada por el Apóstol, a diferencia de otras, a las que dirige sus escritos, sino porque eran los cristianos que vivían en la capital del Imperio Romano. Probablemente fue escrita en Corinto hacia el año 57-58 del primer siglo cristiano.

Algunos han dicho que puede considerarse la Carta más importante del Apóstol y ciertamente que en el aspecto doctrinal lo es, otras cartas suyas respondían a problemas o circunstancias más concretas.

Según el Apóstol, el cristianismo es una fe de la no discriminación.

Ni siquiera el mismo Cristo, el Hijo de Dios, fue liberado de la muerte; como señalé anteriormente.

Este es un himno al amor del Padre por nosotros, quien nos ama tanto que somete a su hijo a una muerte de cruz para liberarnos de la muerte eterna y darnos la salvación.

c) Del Evangelio de San Marcos 9, 2-10.

San Marcos nos presenta la incomparable escena de la Transfi - guración de Jesús en la montaña, según algunos biblistas, el Monte Tabor en Galilea, donde hoy se levanta la hermosa Iglesia de la Transfi guración del Señor. En los tres evangelios sinópticos precede el anuncio de la pasión y resurrección que Jesús hace a sus discípulos camino de Jerusalén y a raíz de la profesión de fe en su mesianidad por boca de Pedro.

La idea de un Mesías sufriente y ajusticiado se salía totalmente de los cálculos connaturales a la esperanza mesiánica de cualquier judío y también de los Apóstoles.

En su relato el evangelista adelanta ya en vida de Jesús y antes de su pasión y muerte, la plena comprensión que del misterio de Cristo dio a los apóstoles la fe post pascual y describe una auténtica epifanía del Mesías oculto, acorde con el “secreto mesiánico” que adquiere especial relieve en su evangelio. Jesús, además de hombre mortal, es el Hijo inmortal de Dios, el Mesías anunciado en la Ley y los Profetas, representados en la Transfi guración por Moisés y Elías.

San Marcos narra este episodio así: “Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfi guró: su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús”.

Los tres evangelistas coinciden en algunos datos: Elección por Jesús de los tres Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan; subida a la montaña (tradicionalmente el Tabor); transformación gloriosa del rostro y vestidos de Jesús; intervención de Pedro; nube luminosa de cuyo interior sale la voz del Padre proclamando a Jesús como su Hijo amado, predilecto, a quien se debe escuchar; Jesús solo de nuevo con los tres; bajada del monte y mandato de silenciar lo sucedido hasta más tarde.

Puede suponerse que los Apóstoles quedaron desconcertados cuando oyeron a Jesús decirles que Él tenía que someterse a una dolorosísima pasión y que al tercer día resucitaría. Esta realidad era muy difícil que los Apóstoles la comprendieran y la aceptaran, pero Jesús debía prepararlos para ese momento clave de su vida, para eso vino al mundo para redimir a la humanidad y después reconquistar la vida para nunca más morir. Esa es la gran verdad que vamos a vivir en la resurrección de Jesús, pero antes debemos vivir la austeridad de la Cuaresma.

La Transfi guración nos impulsa en una doble dirección: mostrar el rostro de Cristo y descubrirlo en los hermanos, mientras caminamos hacia la Pascua por la renovación de la alianza bautismal. Descubramos el rostro de Jesús en los hermanos, en las personas que experimentan grandes necesidades, y mostremos en nosotros el rostro glorioso de Jesús, testimoniándolo con nuestra vida. La Iglesia nos acompaña siempre y nos invita durante estas semanas que siguen a la Transfi guración a insistir en nuestra oración ferviente, en las obras de caridad, en la austeridad y la penitencia tan provechosas en la vida cristiana.

En la oración aprendamos a descubrir el rostro transfi gurado de Cristo en los hermanos, especialmente en los más humildes.

Jesús se transfi gura y transparenta en múltiples caras y se identifi ca con el rostro de cuantos sufren en la tierra de los hombres. A diario encontramos esos rostros en quienes Jesús se transfi gura, circulan por nuestras calles y es muy posible que muchas veces no seamos capaces de reconocer a Jesús en los hermanos que encontramos. En este segundo domingo de cuaresma, pidámosle al Señor la gracia y la capacidad de orar y de hacer el bien para prepararnos a las alegrías de la Pascua. Estos son días de muchas gracias y bendiciones, aprovechémoslos al máximo.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. R. Cantalamessa: “Echad las Redes”. B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.

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