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Tiempo para el alma

“Y conforta mi alma”. Sal. 23: 3.

Es la abuelita paterna de mis hijos. Una santa, una mujer de Dios, sin duda. La alabanza estaba siempre en su boca, en toda circunstancia, no importa. “Si el Señor lo permite”, decía siempre que alguien se despedía de ella diciéndole “nos vemos mañana” o “hablamos mañana” nuevamente. Su vida giraba en torno a la oración. “Conforme con la voluntad de Dios”, era su expresión invariable cuando algo no andaba bien y si andaba bien también. Despertaba muy temprano a orar por cada miembro de su familia, por todas las personas a las que amaba de manera especial, pero oraba también por aquellas que hacían daño, oraba con pena por ellas, pidiendo la misericordia de Dios en su vida. El Salmo 23 la trae a mi memoria de manera especial en un día muy especial, pues ella supo buscar dicha y gracia en su Pastor, caminar por sendas de justicia y encontrar en Él aguas de reposo. Su alma estaba confortada, pues ella condujo su vida dejándose guiar por su Pastor. Es un legado, la vida de los que amamos es un legado, sus enseñanzas y sus prácticas son un legado. De ella aprendí que no debo perder de vista que el Señor es mi Pastor, que su guía me conduce por sendas de justicia, por amor de su nombre; que no debo temer mal alguno, porque Él, sin importar las circunstancias, siempre estará conmigo.

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