EL CORRER DE LOS DÍAS

La lluvia que no cesa

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

“En el mar halla el agua su paraíso ansiado”

(Miguel Hernandez)

Había llovido, y pasado el temporal ya no pudimos retomar la conversación. Ella, curiosa, corrió calle abajo y vio cómo todavía nuestras últimas frases palabreaban en busca de salvación hasta hundirse por las bocas de las alcantarillas, religadas con hojas de viejos almanaques, basura “barrializada”, cajetillas de fósforos Estrella, y pieles fosforescentes de cigarrillos La Fama, que envueltas en el eco de coheticos chinos de la navidad anterior supuraban el sonido agreste de la anterior Navidad. .

Todavía las letras, colgadas de la retórica húmeda que las ahogaba, hicieron los gestos sonoros comunes al adiós. Desde los patios del barrio las gallinas, cotorras, patos y pavos condenados a muerte, cada uno contestaba a su modo. Todos a coro, quisieron, sin poder, inventar tu voz, fusión de sueños. En verdad un orfeón de graznidos, cacareos y guturales melodías acompañaban la alteración del mediodía crujiente. Los que parecían arroyos de aguas turbias antes de llegar a la avenida Mella, se habían hecho de lodo copiando, modelando a su paso las noticias a conjuntas de la radio y las sirenas de La nación o de los bomberos, perdidas en el oscuro murmurio de otras frases fragmentarias, inexistentes para nosotros, que se arrastraban hacia el mar. Pensamos desplazarnos por debajo del suelo mojado donde había desagües sin estrenar, pero sabíamos que en cuanto llegáramos al barrio de San Miguel, los mismos terminaban y el agua fluiría por su cuenta fusionándose con la de los caños que surgían desde las techumbres de zinc para darle fuerza al conjunto que, al crecer, disolvería todo intento de fonética, y desde allí, escaparía con más fortaleza entre un subsuelo repleto de objetos coloniales, de misales antiguos, de luces arqueológicas y pabilos todavía incandescentes amenazados por la humedad, y humeantes candelabros que aun parpadeaban conformando una luminosidad sustentada por perfumes hechos de cera de abejas. Era el subsuelo de los barrios del sur y allí reposaban los ecos de procesiones que salidas del cementerio del patio de la ermita de San Lázaro, atravesaban la ciudad llevando cuadernos coloniales cargados de notas enchumbadas, caligrafías fantasmas de oraciones llegadas en el siglo XVI y restos óseos de esclavos ya católicos, cuyos huesos deformes, ya nadie se atrevía a publicar y que aun servirían como testamento y materia prima para la curación de los leprosos y la condena del esclavismo..

“Que cruz tan pesada, cuan largo el camino. Era el coro fantasma escuchado en medio de la noche, cuando de manos recorríamos el callejón Salsipuedes del barrio de San Miguel. Ella con su uniforme azul palpitante del Colegio Serafín de Asís, y yo con mi uniforme de caqui y mi corbata negra sugerida por la dictadura consciente de que ya nos había contaminado para siempre.

El agua del subsuelo conocería la sub-historia barrial con la que ya estigmatizada vislumbraba las desembocaduras atrayentes como en manifestación subliminal, hacia el pasado mayor constituido por las fauces del oleaje.

El mar Caribe, como todos los mares, es también el archivo licuado de su pasado.

El viento, como puñal pluvioso, hecho de tormentas y brisas desleídas, inclinaba los almendros que a ella tanto le gustaban y, mariposas húmedas, (espejos alados de porcelana ligera que sobrevolaban con la lentitud aprendida en las procesiones de semana santa, en Santo Domingo escuchaban absortas, su nombre original de manos de la brisa, con misas y letanías que confundían a Dios con el dictador: “Trujillo en la Tierra, y en el cielo Dios” tronaba un merengue, “No quiero que otro gallo cante”, confesión del otro, mientras volando de rama en rama, la porcelana, ya sin memoria de sus pasados dos mil grados de calor y sin quebrarse, poblada por ese viento de orientalismo semoviente, se hacía visible con la meditada flema de algún Buda o de un Jesús envueltos o embelesados por repetidos mantras y parábolas escuchadas a tientas material como materia sonora de la naturaleza.

Resultaba doloroso ver que nuestros parágrafos derretidos se hundían, correntíos, liberados de nuestras voces y partiendo hacia sumideros inventados por el sueño, e identificados por la memoria, hasta perderse sin mucha esperanza de retornar, pero libres al fin, como parte de una gramática que ya no resistiera el lodo, mohín de los siglos, el tizne de las proclamas politizadas y el signo de la senda de miles de incendios morales que se hacen palpito de la noche sideral buscando también el océano, como para conocer el fondo de los mares donde residen lodazales perdidos hechos de las luces y sombras humanas que fueron pensamiento, pataleando entre las cenizas ya pertenecientes a una climatología pretérita, enterrada en nebulosas de algas desterradas, enredadas y fósiles, hasta conformar una geología de corales y lamelibranquios. Nuevo alfabeto para Champolión

La memoria tiene una geología recuperable, del mismo modo que el corazón meditabundo recuerda temeroso de su primera diástole. Conversaciones. Philón de Alejandría.

Philón de Alejandría creyó siempre que todo fantasma fonético es como el traje perdido por una voz que flota, que le fonética tiene un alma, un ego surgido de las cosas humedecidas como la saliva parlante; la voz, montada en la saliva humana, húmeda en sí misma, tiene según el pensador, además, un esqueleto difuminable que se manifiesta en los momentos sublimes como poesía, música, y las artes que, en general ,son sombras platónicas sugeridas por ángeles cuánticos, los que habiendo sido carne antes, son ahora huesos inteligibles y luminosos, fluorescentes y en ocasiones licuados, derretidos también en una luz mineral de litio fosforilado, material que les permite colarse a voluntad en las entrañas de las galaxias, donde el fuego de volcanes que huyen de la biología, origina idiomas precordiales, números romanos, y trombas, que son en verdad mugidos algebraicos que emergen como grandes eructos o erupciones de las que todos hemos temido alguna vez. Según Philon, esta mezcla de materiales en desorden que el pensamiento eleva al grado histérico es lo que los profanos llaman “inspiración”.

--- “Las he visto, sobrevivieron algunas, pero no pude hacerlas coincidir”, me dijo ella comentando las palabras escapadas de nuestra conversación.

---“Tal vez murieron ahogadas”, le contesté e iniciamos, sin embargo, otra conversación cuando cesó la lluvia.

Ella me recordaba entonces que Míster Grass, director de la Escuela Haití, maestro de varias profesiones gramaticales, empapado por el temporal, se dio cuenta de que el libro de lectura soltaba tinta hacia debajo del chaleco con el que lo protegía del aguacero...

“La lluvia, como la vida, tiene sus cosas”, decía acomodando los hechos a favor de su suerte.

Ese día húmedo, misterioso y sutil, nuestra preocupación por el deterioro del idioma del barrio se reflejó en todos los textos políticos leídos en voz alta en las iglesias golpeando un sinfín de escapularios, universidades y jardines, hasta tropezar con las hojas nada literarias de las canasteras del Mercado Modelo, y los llamados del Centro Social Obrero y del Centro de Detallistas, en donde oradores juveniles desertaban del idioma con asombro de los dioses de la ortografía, y donde el perfume del Egeo se adelantaba por la primera vez para entender, como en un lenguaje pleno de filigranas, las nuevas palabras mestizas, colgaban,. ya maduras y atrapadas por los aldeanos gracias a las sugerencias culturales del Partido Dominicano, que con aedas del siglo las dispersaban de provincia en provincia, cuando las ramas del Parque Julia Molina, saturadas por el clamor odorífero del árbol de Ilang-Ilang, chocaban movidas misteriosamente para encofrar nuevas palabras sustitutas y Ella las escuchaba como como burda expresión de quien las consideraba florilegios.

La lluvia torrencial, y barroca, sonora como un endecasílabo de Garcilaso y formadora de los afluentes del Arroyo Tamayo en nuestro barrio, era la promotora de nuestras imágenes particulares de los centauros, canes, minotauros inventados en el Bar El Pino, los que se orinaban y defecaban en las cunetas y postes contribuyendo a la distorsión del universo arrastrando desde Villa Francisca hacia el sur abajo, los tanques de impurezas, donde también las letras elogiosas para la dictadura, todas escritas en gótico florido, fermentaban, rehaciéndose, conformando una papilla que por su unidad argumental y temática, terminaba consolidándose en un material literario utilizable en los centros educativos. “¡Partido Dominicano, de la patria la expresión!”. Todos nos compungíamos sin saber por qué.

Mientras tanto el bolero “en el juego de la vida” era el himno nacional de la medianoche. Daniel Santos, nuestro Enrico Caruso. Y la naciente bachata se escondía sudorosa en las letras de El Cuartito, “el cuartito está igualito desde cuando te fuiste...tu retrato con flores, porque aquí tú eres Dios”

Entonces yo estaba empeñado en conocer el origen del arcoíris, y tú la veracidad de “el rayo que no cesa”, proclamado por el poeta Miguel Hernández. Vivíamos como en las orbitas de algún satélite de barrio.

Mientras con inteligencia precoz me observabas con tu sentido de caligrafía Palmer, y de Billiken y Leoplan, revistas de la infancia, el silencio tuvo mayoría de votos cuando dijiste “Dios, Dios, danos la conversación perdida, devuélvenosla.” Hay conversaciones que como “el rayo” del poeta, pueden ser hirientes, eternas y recuperables.

Desde entonces te amé nuevamente sin darme cuenta de que los siglos y milenios han pasado ignorando que el origen de nuestra conversación, bajo un mayo o un octubre de aguas primarias, haya podido ser explicado y sin que el rumor de palabras que discuten entre el tintineo de las gotas de lluvia haya desaparecido. Philon decía que la eternidad vacila a veces frente a los aguaceros de barrio.

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