MIRANDO POR EL RETROVISOR

Golpes del destino

No sé si les ha ocurrido, pero el pasado domingo vi una película por quinta ocasión y me emocioné como la primera vez. La disfruté con un grupo de amigos que no habían visto el filme y fue como revivir las emociones de aquella primera ocasión.

“Million dollar baby” (Golpes del destino) es el filme del actor y director Clint Eastwood que le permitió obtener el Oscar como Mejor Película y Mejor Director, así como a Hilary Swank la estatuilla de Mejor Actriz Principal y a Morgan Freeman el galardón de Actor Secundario.

Presenta la historia de Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una camarera que a sus 31 años sueña con ser campeona mundial de boxeo. Ella acude al gimnasio de Frankie Dunn (Clint Eastwood) y le pide que la entrene, a lo que éste se niega en reiteradas ocasiones porque alega que no trabaja con mujeres, aunque la verdadera razón es su afán enfermizo de proteger a todas las personas que le rodean, luego de que un episodio anterior le marcó con su ahora asistente Eddie “Scrap-Iron” Dupris (Morgan Freeman). Finalmente Dunn acepta entrenar a Maggie y el desenlace me lo reservo, por si los lectores que no han visto la película se motivan a hacerlo.

Me identifico mucho con ese marcado interés del entrenador Dunn de proteger a sus boxeadores en el laureado filme. Y traigo esto a colación porque en el año que recién finalizó observé nueva vez con pena y frustración la cantidad de personas que siguen desprotegidas por el Sistema Dominicano de Seguridad Social.

Personas que se han pasado gran parte de sus vidas ahorrando dinero para concretizar el sueño de tener una casa propia o vivir de manera holgada en su vejez, de repente, por un golpe del destino, ven esfumarse todo ese dinero al encarar el tratamiento de una enfermedad catastrófica.

Y peor es la realidad de aquellos que carecen de seguro médico y también de los ahorros para enfrentar una realidad que en la mayoría de los casos termina con un desenlace fatal por las carencias económicas.

En las páginas de Listín Diario son frecuentes las informaciones de personas que han tenido que recurrir a la caridad pública en una búsqueda desesperada por encontrar solución a una enfermedad que abate sus exiguos recursos y al mismo tiempo su estado de ánimo.

Algunos han logrado despertar la sensibilidad colectiva, como fue el caso el año pasado de la bebé Astrid Montero, quien finalmente logró el traslado a Boston, Estados Unidos, donde fue sometida a una costosa cirugía para corregirle una cardiopatía congénita. Otros no tienen la misma suerte de volcar la solidaridad de la sociedad, como fue el niño de seis meses Miguel Antonio Soriano, quien falleció en noviembre de 2017 porque sus padres no pudieron reunir el dinero para someterlo a una operación de trasplante de hígado que le permitiera curarse de una atresia biliar.

Y todo ese lastimoso panorama persiste pese a los constantes reclamos de que se modifique la Ley 87-01 sobre Seguridad Social, casi 17 años después de su aprobación, para corregir las inequidades de un sistema que no alcanza la tan anhelada meta de la universalidad en los servicios de salud.

Nadie está exento de sufrir en un momento determinado una adversidad que puede cambiar de repente el curso de su existencia. Frente a esas realidades inesperadas, las sociedades están en el deber de brindar a cada ciudadano las oportunidades de enfrentarlas sin la angustia que provoca hacerlo con las manos vacías.

Un golpe del destino acabó con el anhelo de Maggie Fitzgerald de convertirse en campeona mundial de boxeo y frustró a Frankie Dunn porque una vez más no pudo proteger a un púgil bajo su tutela.

Nuestra ley de seguridad social -inequitativa, excluyente y desactualizada- suma un elemento adicional a la realidad que padecen cada día miles de dominicanos que enfrentan los inesperados golpes del destino, otro adicional por la exclusión, pero que puede corregirse o mitigarse con una legislación justa que garantice atención médica oportuna y de calidad a toda la sociedad.

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