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EL DEDO EN EL GATILLO

Un crimen a la memoria de Ángel Haché

La directora del recinto de UTESA en Santo Domingo no tiene toda la culpa de la destrucción del mural del maestro Ángel Haché. Ella posiblemente sepa menos de artes visuales que cualquier periodista de cosmonáutica. Su pecado fue no preguntar. Pero si en su entorno no le explican quién fue este ilustre dominicano y cuándo, cómo y por qué realizó esa obra, la profesora (quien lleva sobre sus hombros la responsabilidad académica de ese alto centro de estudio) corregiría sus lagunas informativas y podría no proceder como lo hizo, aunque ahora sienta una gran vergüenza ante el país.

Si se buscan otros culpables de tan horrendo crimen habría que señalar, en primer término, al Ministerio de Cultura y a la desorganización que existe allí en materia de artes visuales. Allí debiera existir una dirección especializada que no solo inventaríe estas obras, sino que trabaje en su restauración, en colocar tarjas alegóricas e ilustrar a las autoridades del valor del tesoro que ilumina cada entidad. En segundo término, el otro culpable sería el Museo de Arte Moderno, encargado de inventariar y proteger el patrimonio visual del país tanto en pinturas, como en dibujos, instalaciones, esculturas y murales que son de dominio público y forman parte del patrimonio nacional.

Y en tercer lugar, parte de la culpa la tiene también el Ayuntamiento del Distrito Nacional por no exigirle a las autoridades culturales que registren, visiten, restauren y preserven los murales de los maestros de la pintura dominicana que se exhiben a lo largo y ancho del país, muchos de ellos, también en peligro de destrucción.

De nada sirven las exposiciones retrospectivas ni los homenajes a Ángel Haché, si lo más importante, la conservación de su obra, pasa como una voladora vacía que no se detiene en una parada abarrotada de público.

¿Por qué esto no sucede en Salcedo, Tenares y Villa Tapia? Porque allí existe una indisoluble unidad entre el Gobierno local, las autoridades culturales, la Casa Museo “Hermanas Mirabal” y el Comité Organizador del Festival que impiden que la obra muralística de nuestros artistas sea ultrajada o desaparecida. Pero aquello es en el Cibao. Parece que aquí, en la capital, las reglas del juego son disintas.

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