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FUERA DE CÁMARA

Abinader… el amigo

Don José Rafael Abinader es un viejo amigo…Y su hijo Luis es un joven amigo. Con Luis he tenido diferencias públicas por motivaciones políticas: yo le he dicho cosas, él me ha respondido, y en la campaña electoral pasada sostuvimos un rifirrafe –así le dicen los españoles a las escaramuzas verbales–, que nos encrespó los ánimos y nos lanzamos groserías.

Pero Luis y yo no hemos tenido jamás ningún tipo de diferencia fuera de que no coincidimos en metas y propósitos políticos, a lo que ambos tenemos pleno derecho.

Con su padre, en cambio, he tenido coincidencia desde el primer gobierno perredeísta de 1963, siendo él muy joven y yo un adolescente precoz cuando Luis ni siquiera pensaba nacer.

Como reportero de periódico –mientras cubrí por años la fuente académica y universitaria–, fui siempre tratado con distinción y respeto por José Rafael Abinader, estando o no en funciones públicas, siendo él rector y propietario de la Universidad O&M desde que era chiquitica, en el Centro de los Héroes, y mantuvimos vínculos estrechos.

Tal vez por esos viejos afectos una de las primeras llamadas que se recibió en mi entorno de enfermo fue la de Luis Abinader, tan pronto se supo lo de mi padecimiento y mi traslado a Nueva York en procura de atención médica especializada. No habló directamente conmigo, porque en ese momento me encontraba sometido a estudios radiológicos, pero sí lo hizo con mis hijos para hacerme saber su preocupación y su buena voluntad.

Poco después llamó el propio don José Rafael, que había viajado también en procura de salud al Massachusetts General Hospital, de Boston, y desde allí quiso comunicarse conmigo en Nueva York para desearme un rápido restablecimiento… De modo, pues, que por la familia Abinader no siento más que admiración, cariño y respeto imperecederos. Y creo que ella también por mí.

Lo que he dicho de Luis A Luis Abinader le dije en el 2009 cuando empezó a aspirar a la Presidencia de la República que su mejor alternativa era correr junto a Miguel Vargas por el PRD, haciendo fórmula electoral que tres años después habría sido casi imposible de derrotar.

Tal vez hoy fuera él el Presidente.

No tenía por qué hacerme caso, además de que yo no estaba entre sus asesores, y en cambio era embajador en España del gobierno del PLD, independientemente de mi relación de amistad con Vargas.

Era, consecuentemente, sospechoso por ambas puntas del tablero.

Pero mi sugerencia fue sincera y espontánea, tanto que el salir del estudio de Color visión –donde Luis había ido a una entrevista conmigo–, estaba casi convencido de que ese mismo día llamaría a Miguel para pactar ese acuerdo… Lo hizo, pero con Hipólito Mejía para concurrir juntos a la convención perredeísta del 6 de marzo de 2011.

Esa fue la última vez que vi a Luis Abinader personalmente, y hace siete años que no hablo ni siquiera por teléfono con ese buen amigo a quien deseo suerte en su brillante futuro político y que, tal vez, tenga la suerte de verlo llegar a la Presidencia de la República... si me dejan.

¿Le doy otro consejo? Ya ni siquiera me atrevo. Pero de todas formas le voy a dar otro consejo a mi amigo Luis Abinader: Que se aleje del radicalismo político que lo ha envuelto los últimos meses; que combata al gobierno y al presidente Medina con las armas políticas que dispone desde el litoral democrático; que no se deje manipular por manejadores maliciosos de opinión pública al servicio de los grupos beligerantes.

Y otro más: que busque la forma de acercarse a su partido original, el PRD, partiendo de que los perredeístas tienen ahora una alianza coyuntural con el gobierno cuya renovación luce difícil en caso de que el presidente Danilo Medina –como parece indicar–, no se embarque en otra reelección.

Pero, sobre todo, que se aleje cuanto antes de la beligerancia desenfadada que no tiene futuro y que le quiere robar el suyo, el de Abinader.

¡Así de simple!

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