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IDEANDO

Muchachos del recuerdo

Después de la siesta, nos íbamos a la cancha a matar el tedio. A dibujar sueños al lado del club Pimentel Inc.. A contemplar la tarde repleta de nada. Todo era rutina: el mismo parque y los mismos bancos, los mismos muchachos y la misma angustia, las mismas aventuras y el mismo tedio. El mismo día y la misma angustia.

En ese entonces todos éramos pasajeros del mismo vagón y coincidíamos en el mismo pasatiempo, bajo el mismo árbol y la misma sombra, los mismos bares y la misma música, los mismos borrachos y la misma historia, las mismas butacas y el mismo sermón. Eran tiempos de las Alicia, Sergia y Josefina, de los Chucho y Eleazar que nos enseñaron la palabra y nos mostraron el camino.

Los domingos a misa temprano y por la noche en el parque para escuchar de lejos la trompeta de Lico Pérez presidiendo el “Teléfono a Larga Distancia”.

Esos recuerdos traen estas palabras que se van enredando en el tiempo y nos llevan al galope sobre el lomo de esta prisa que nos derrota.

No obstante, sigo detenido en la misma esquina, mirando los mismos personajes y escuchando las mismas anécdotas.

Aquí estoy, encima de un tren “que solo pita en la memoria” y unos vagones que no se cansan de esperar.

Aún sigo varado en una nostalgia llena de nombres e intrepidez. Puedo mencionar de memoria sus nombres, dibujar sus rostros, en fin, puedo enumerarlos con “pelos y señales”. Ese es el pueblo que grabó mi memoria. Ese es el pasado que habita en mí.

Esos son los muchachos que poblaron mi afecto. Ellos son los héroes que presiden mi nostalgia. Su imagen se ha quedado estática en aquella inocencia de ríos y anzuelos, mientras sigo galopando sobre el lomo de esos recuerdos que llegan al charco de mis raíces.

El pasado es una recopilación de imágenes que el tiempo fija en el cielo de nuestra memoria como reflejo de un tiempo que nunca se va. Allí residen los héroes de mi nostalgia. En un rincón de mi alma está la vieja aula de madera y las butacas compartidas por una inocencia de cuadernos y lápices. Está don Emiliano, el Coronel del Tren; está Roselia y Mocho, Fefelo el trovador, Eliseo el panadero y aquellas mercochas que endulzaban el recreo.

En un rincón de mi alma está mi pueblo y aquellos muchachos que se quedaron por siempre en la glorieta de mi melancolía. Sus voces todavía zumban en mi recuerdo.

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