Tiempo para el alma

“Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo”. Hch. 2: 33.
Desde el Génesis escuchamos hablar sobre el Espíritu de Dios que se movía sobre la faz de la tierra.
El Señor derramó su espíritu sobre profetas y personas con misiones encomendadas por Él mismo. Dios, por ejemplo, derramó su espíritu sobre Moisés y los ancianos que le ayudaron a apacentar a la desesperada muchedumbre que salió de Egipto hasta llegar a la tierra prometida.
Sin embargo, Jesús prometió que tras su muerte en cruz y su resurrección, el Espíritu Santo de Dios vendría para hacerse manifiesto no en unos cuantos, en todos los que crean en la verdad salvífica: que Cristo murió y resucitó para el perdón de nuestros pecados y por nuestra salvación. Y la promesa fue y es cumplida.
Sólo tenemos que clamar la unción del Espíritu Santo con fe verdadera, sabiendo que Dios cumple su promesa, y podemos sentir de su paz, inspirarnos para hacer conforme a su voluntad. Esto, también es real.