Opinión

EN PLURAL

Dos sombreros y una cinta verde

Yvelisse Prats-Ramírez de PérezSanto Domingo

Les conté una vez que tengo dos sombreritos; uno, el de maestra, el otro, el de política.

Me los pongo y me los quito, a veces consecutivamente, otras me los encasqueto juntos, como cuando ejerzo mi función como Secretaria Nacional de Educación del Partido Revolucionario Moderno.

Pensándolo bien, creo que los uso a la par, no solo cuando planifico cursos y presido reuniones en mi partido, sino en la mayoría de las ocasiones de mi vida.

Es que asumí allá por el 1966, leyendo a Paulo Freire, que la educación ‘‘nunca es neutral’’, tiene una ideología, como también la tiene la política aun cuando los neoliberales lo niegan.

Mis dos tocados, el magisterial y el político, están ceñidos por bandas anchas que proclaman valores iguales; altero centrismo, justicia, igualdad, inclusión.

¿Quién puede negar que, en un aula, lo mismo que en el estado, o en un partido, se necesite actuar abiertos a la otredad, sin privilegios ni prejuicios, con equivalencia en las oportunidades para todos?

Está claro que mis sombreritos son modernos; aunque quien los use es ya vieja, no reproducen modelos anticuados de un autoritarismo caduco, que en política se muestra en dictaduras y en educación en centralización vertical. Cuando los tengo puestos, ando proclamando democracia social, por fuera y por dentro.

Como maestra y como política, esos dos sombreros metidos hasta las cejas, reflexiono y reacciono ante el caso Odebrecht.

Un denominador común a mis dos profesiones, y que está ausente en los sucesos que hemos ido conociendo como en una serie de ‘’filmes’’ de horror, es la ética: desde la clásica, la que incluyó Aristóteles como elemento imprescindible de la filosofía, y sobre todo lo que el señor Hostos inculcó en su Moral Social a su generación compuesta de ciudadanos, profesores y políticos brillantes que fueron sus discípulos.

¿Cuál moralidad puede haber en la empresa que tanto daño le hizo a Brasil, su propio país, que se perfilaba como nación del primer mundo, y que ahora se estremece en el caos y en el descrédito?

Los funcionarios en mi país y en varios más renegaron de las normas morales y las leyes, y se convirtieron en sobornados y/o sobornadores, ¿pensaron siquiera por un momento en que las ‘‘coimas’’ que recibían y distribuían eran pedazos de salud, de comida, de escuelas, que arremataban a los pobres?

En la educación, y en la política, los diagnósticos no son suficientes, aunque son importantes. Sirven para saber cómo andan las cosas, cuál órgano o sector está enfermo. Pero después de conocer la gravedad del caso, hay que recetar, sin dilaciones, que pueden ser mortales, el medicamento adecuado.

Los que usamos el sombrero de políticos, tenemos ante este escandaloso caso de Odebrecht, poner manos a la obra para salvar el sistema en su conjunto; la corrupción no está solo arrimada en los partidos, la hay en empresas, en los ciudadanos que se pretenden honorables, pero se degradan vendiendo su voto y su conciencia.

Los que, después de ceñir su frente con el birrete de educadores, han perdido la brújula, se han enganchado a sindicalistas, y en la celebración de unos pesos de aumento en el salario, han olvidado que su misión era formar, y no deformar con su ejemplo a los alumnos, tendrán que ser sacudidos por la magnitud del daño causado, y ser encauzados para reeducarse, en cursos, seminarios, talleres, para que vuelvan a merecer ese nombre que llevó Jesús sobre la tierra.

Los dos sombreros que me cubren la cabeza, me aprietan, pero cubrirme con ellos, simultáneamente, es una gran ventaja: como política, puedo sentirme ante la situación escéptica, pesimista, indignada; como maestra, tengo que seguir creyendo, como los optimistas utópicos, y perseverar.

¿Hasta cuándo? No sé. Los que me leen saben que tengo casi 86 años, no es mucho lo que puedo esperar. Pero mientras escribo esta especie de réquiem adelantado, pienso en mis alumnos, los del Instituto José Francisco Peña Gómez, en cómo van creciendo en propósitos dignos y cómo se comportan con sus entusiasmos conmigo en el receso del café.

Y porque el verde es el color de la esperanza, y habrá mañana otra Marcha Verde en el Este, me olvido de mis años, la pesadilla es solo un mal sueño, despertaremos, están despertando a un futuro con gente decente, y sin Odebrecht.

Agrego a mis dos sombreritos la cinta verde. Como maestra y política, soy ciudadana activa. Me toca.

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