Tiempo para el alma

“Que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño”. 1Tes. 4: 6.
En su primera carta a la comunidad de Tesalónica, Pablo hace un llamado a vivir como agrada a Dios. ¿Qué quiere decir esto? Podríamos resumir que vivir con prudencia, con amor al prójimo, obrar con justicia, ser laborioso, evitar los vicios y la pasión desenfrenada regida por la carne.
Pero dice algo Pablo que tiene un componente más que moral, que involucra la piedad: no ofender al hermano; el hermano es la madre, el padre, los hijos, la esposa o el esposo, el amigo, el compañero de trabajo, el desconocido, el enemigo.
La ofensa sale tan simple de los labios, simple pero letal. La ofensa tiene una capacidad asesina; en su víctima mata el cariño, el respeto, la estima. Unos tienen la capacidad de perdonar, otros muchos no, pero en ambos casos la herida desangra y es de difícil cicatrización.
Llama además, Pablo, a no aprovecharse con engaño. ¿Se han fijado alguna vez en la perniciosa combinación de ambos elementos, ofensa y engaño? Mis queridos lectores, a veces hay que aprender del silencio y ganar perdiendo.
