La esperanza de hoy
Si las cosas siguen como van, el dominicano perderá a la postre la fe en sus dirigentes políticos, y en las instituciones de nuestra frágil democracia representativa. Esta afirmación no es hija de la simple especulación, es el fruto de la observación cuidadosa de lo que ocurre en este país, donde la hipocresía, la mentira, el fraude, la falsificación y otros expedientes innobles parecen haber adquirido la estatura de instrumentos normales de lucha política.
Podría decirse que eso no es nada nuevo aquí. La maquinaria de represión en la época de la tiranía pasada recurrió a los más viles métodos de propaganda y acción políticas para desacreditar primero y destruir luego a sus enemigos y adversarios en la posición de la vida social y política. Lo que bien podría interpretarse que esos recursos son muy efectivos para quienes creen que pueden calumniar, sean políticos o de otro orden.
Lo que se observa en la investigación del escándalo de Odebrecht en nuestro país, en la orden y procedimiento es muy diferente al de otros países que ya están haciendo que paguen consecuencias. Ahora bien, lo que es absolutamente inaceptable que a estas alturas el ministro encargado de la seguridad ciudadana haga unas recientes declaraciones que las marchas verdes contra la corrupción y la impunidad que vienen realizándose en diferentes ciudades del país, formen parte de un plan de “desestabilización del gobierno”.
Defi nitivamente se percibe una amenaza que pretende impedir que los ciudadanos continúen ejerciendo su derecho constitucional de manera pública y pacífi ca.
La calumnia es una sucia, vil y artera arma política cuya invención se remonta a los comienzos de la historia escrita; quizás eso se deba a que la verdad nunca ha sido una mercancía de mucha demanda en la política. Esta execrable modalidad de expresar el pensamiento tiene que ser erradicada de nuestro medio, si es que vamos a salir de la profunda crisis en que hoy estamos sumidos. Y todos los dominicanos estamos en el deber de hacer un esfuerzo consciente y decidido para devolver a las palabras su correcto signifi cado, así como usarlas con el debido respeto, tanto a la dignidad de nuestros semejantes como a la verdad misma.