Opinión

PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El término consustancial empleado por el Concilio de Nicea

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Un análisis superficial de la discusión acerca del ser de Jesús de Nazaret haría de hombres como Atanasio un “sin oficio”, entretenido en peleítas de palabras. Pero eso es no entender nada. Mire este ejemplo, ¿usted calificaría de mera discusión de palabras debatir en Dominicana este tema: “un juez internacional independiente”? Pues, más provocador fue el empleo del término “consustancial” por el Concilio de Nicea para resolver la crisis. “Consustancial” quiere decir, que el ser de Jesús está constituido por aquello mismo que constituye el ser del Padre. Recordémoslo una vez más, el credo niceno-constantinopolitano, [el credo que recoge verdades proclamadas en Nicea (325) y en el Concilio de Constantinopla I (381)] nos sigue enseñando que Jesús es: “Dios de Dios, luz de luz, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”. Nicea aclaró que Jesús es divino, es Dios en su fondo más íntimo, en su Yo, en su ser. Es del Padre de quien él recibe su identidad y su ser.

El Hijo es mediador, y permanece en su infinitud divina. El Hijo media sin dejar de ser Dios. El Hijo se abaja hacia nosotros sin dejar de ser divino. Se abaja, pero no se degrada por asumir una naturaleza humana. En la fragilidad humana asumida por el Hijo con amor, se revela la naturaleza divina, el ser de Dios que consiste en ser amor, entrega, solidaridad gratuita que salva. Solo un Dios infinitamente grande se hace chiquito. En Jesús, ese hombre “que enfrentó las mismas pruebas que enfrentamos nosotros” (Hebreos 4, 15) se revela hasta dónde llega el amor de Dios. Dios no es divino poniéndose a salvo de lo que vivimos nosotros. Dios revela su divinidad creando con su entrega y su sangre, una oportunidad de salvación desde las entrañas de esta historia donde hay trampa, eternos reenvíos de causas, patanas sin frenos, sobornos y gente generosa.

Volviendo a la palabrita “consustancial”. Era un término sospechoso en toda la zona oriental del Imperio. Lo había usado el Obispo Pablo de Samosata, un hereje condenado en el 268. Para Pablo de Samosata, Jesús no era más un que atributo del Padre, por eso, en definitiva, Jesús se confundía con el Padre, porque su ser no era otra cosa, que una cualidad del Padre. Para expresar esto, Pablo de Samosata empleó el mismo término, dándole un sentido diverso. Usó ¡consustancial al Padre! Usted puede imaginarse la pésima fama del término “consustancial” entre los padres orientales. Para Roma y muchos obispos occidentales, el término consustancial no ofrecía problema. Lo comprendían así: Jesús es de la misma esencia del Padre, mientras, que para algunos orientales el término consustancial era una negación de la distinción entre el Padre y el Hijo, tal y como lo había hecho el condenado Pablo de Samosata.

El Obispo Eusebio de Cesárea, amigo del Emperador Constantino y de Arrio, logró que Arrio fuera reintegrado a pesar de la condena de Nicea y que varias sedes episcopales claves pasaran a los arrianos. Al principio, Constantino apoyó las resoluciones del Concilio de Nicea, pero luego simpatizó con los arrianos y sus principales agentes, especialmente el intrigante Obispo, Eusebio de Nicomedia. El Emperador simpatizaba con Arrio, pues su Cristo no era divino. Si ese Jesús, que murió desnudo en una cruz, era divino, ¿cómo quedaban todo el fasto y aparataje de Constantino? Los obispos simpatizantes de Arrio, no podían aceptar una divinidad que padeciera, pues eso les rompía sus esquemas y su vida. El Jesús de Arrio, por no ser más que otro líder de la historia, no inspiraba a nadie al afirmar: “si a mí me persiguieron, también a ustedes los van a perseguir” (Juan 15, 20). El Cristo divino, crucificado y resucitado sostuvo a los cristianos durante las persecuciones.

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