FE Y ACONTECER
Paz a vosotros
II Domingo de Pascua 23 de abril de 2017 - Ciclo A
a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47 El título de este libro no responde al contenido de la obra, por un lado, no nos informa de los hechos de todos los Apóstoles, sino casi exclusivamente de los de Pedro y Pablo, y por otro, tampoco relata todos los hechos de estos dos grandes apóstoles, es decir, el contenido del libro está centrado en la historia de la fundación, desarrollo y propagación del primitivo cristianismo.
Obviamente esta historia se agrupa en torno a la figura de los dos Apóstoles mencionados: alrededor de Pedro, la historia de las comunidades cristianas de Jerusalén y Palestina; y alrededor de Pablo, la propagación del cristianismo en el mundo grecorromano.
La tradición de la Iglesia (en la que deben mencionarse importantes figuras como Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes) atribuye los Hechos de los Apóstoles a Lucas, autor del tercer evangelio, y se considera como complemento del tercer evangelio, escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el “querido Teófilo” (amigo de Dios).
Hechos es una apología contra la acusación de enemistad del cristianismo frente al Imperio Romano. Es un anuncio - predicación que sirve de edificación para los cristianos y de “propaganda” para los paganos. De ahí que presente la carrera victoriosa del evangelio, a pesar de todas las dificultades, desde Jerusalén hasta Roma. Por eso el verdadero protagonista de Hechos no es ni Pedro ni Pablo sino el Espíritu Santo.
En los últimos versículos del segundo capítulo Lucas cuenta brevemente la intensa vida de fe de la primera comunidad apostólica en Jerusalén, después de la venida del Espíritu Santo durante la celebración de Pentecostés, describiendo las actitudes y prácticas que mantienen esa vida: la escucha de las enseñanzas de los Apóstoles, la oración continua y la “fracción del pan”. El Templo en el que Jesús había enseñado y confrontado a los escribas y fariseos continuó siendo frecuentado por sus devotos seguidores judíos.
b) De la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 3-9. La tradición antigua ha atribuido la carta a Pedro, anciano y quizás prisionero, cercano a la muerte; con ese nombre se introduce el autor en el saludo, “Pedro, apóstol de Jesucristo”. Encarga su redacción a Silvano, compañero de Pablo. El apóstol Pedro fue martirizado en Roma durante la persecución de Nerón en el año 64 d.C.
Esta primera Carta se considera como un testamento, cordial y muy sentido. Es un testimonio de su fe, dirigido especialmente a la comunidad de gentiles que se habían convertido al cristianismo en el Asia Menor. Su argumento principal es la necesidad y el valor de la pasión del cristiano a ejemplo y en unión con Cristo. Su intención era consolar y animar a los cristianos de Asia durante los tiempos de persecución y sufrimiento, describiendo el significado de la nueva vida que habían recibido en el bautismo.
c) Del Evangelio de San Juan 20, 19-31 En este evangelio se relatan dos apariciones de Jesús resucitado, ambas en domingo, día del culto cristiano. La primera en la tarde del mismo día de la Resurrección, estando ausente el apóstol Tomás (vv. 19-20); la segunda, con Tomás presente, a los ocho días de la primera (vv. 24-31).
El estado de ánimo de los discípulos después de la muerte de Jesús es deplorable: puertas cerradas por miedo a las autoridades religiosas; tristeza, incomunicación y duda radical sobre Jesús de Nazaret en quien habían puesto tantas esperanzas y que acabó muerto en la cruz por sus enemigos. En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Jesús les saluda: “Paz a ustedes”. Y en seguida les muestra las manos y el costado con las llagas de la Pasión, como pruebas de su identidad.
Los discípulos son conscientes de no ser víctimas de una alucinación colectiva, la persona que tienen ante ellos es Jesús de Nazaret con quien compartieron antes y que murió crucificado, pero que ahora vive porque ha resucitado. Así lo presagiaba su sepulcro vacío, lo anunciaba el mensaje a las mujeres que fueron a la tumba, y lo afirmaba María Magdalena a quien se había aparecido ese mismo día por la mañana.
El efecto que se sigue es la alegría y la fe de los discípulos al ver al Señor resucitado, quien por segunda vez les desea la Paz. Sabemos que SHALOM (Paz) es el saludo habitual entre los semitas (judíos y árabes). Pero en el caso de Jesús es más que una fórmula o un deseo. Es una realidad, porque su paz no es la que da el mundo, y sobre todo porque Él mismo, su persona, es nuestra Paz (Ef. 2, 14). Así se cumple la palabra de Jesús en su despedida: “Me volverán a ver; y su tristeza se convertirá en gozo” (Jn. 16, 20).
La profesión de fe pascual, basada en su experiencia personal del Resucitado, será el fundamento de la esperanza, anuncio y testimonio de los Apóstoles y del Credo secular de la Iglesia naciente y futura. Jesús confía una misión a su Iglesia representada en los discípulos: “Como el Padre me ha enviado así también los envío yo”. Esta misión implica una participación plena y profunda de la misión de Cristo Salvador e Hijo de Dios Padre. Jesús infunde su Espíritu sobre sus discípulos con un rito que diríamos sacramental “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (v. 22). Al darles su Espíritu, Jesús añade: “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.
Los versículos 24-31 narran la segunda aparición de Jesús que, después de saludarles de nuevo con la paz, invita a Tomás a realizar sus comprobaciones empíricas, y podríamos decir que los destinatarios de esta aparición somos todos nosotros, por la conclusión que pronunciará Jesús al final de la escena, “dichosos los que crean sin haber visto”, pero en ese momento era de manera muy particular el apóstol Tomás que no estuvo presente en la primera y se resistía a creer a sus compañeros, “si no veo y no palpo, no creo”. Él es un modelo paradójico de fe, pues si en un principio es paradigma de incredulidad, de duda y de crisis racionalista, posteriormente es modelo de fe absoluta.
De los labios del antes incrédulo y ahora creyente, brota la más alta confesión de fe en Cristo que leemos en todo el Nuevo Testamento: “¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28). Y ante esta espléndida confesión, Jesús concluye: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” (v. 29). Si esta frase fuera un reproche, en él tendrían parte también los demás discípulos que creyeron porque vieron.