PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El Edicto de Milán legalizó el cristianismo

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Hubiera sido casi imposible que de un día para otro el Emperador romano se convirtiera al cristianismo. En el 285, Diocleciano, queriendo evitar los conflictos por la sucesión, dividió el poder. El imperio tendría dos Augustos, uno en Oriente, otro en Occidente. Más tarde, en el 293, a cada Augusto, le nombró un César asociado, una especie de príncipe que garantizaba la sucesión.

En el 311, los dos Augustos del Imperio, Constantino en Occidente y Licinio en Oriente, declararon que se podía practicar el cristianismo. Es decir, se podía tolerar que alguien fuera cristiano. Licinio y Constantino eran amigos en ese momento. Licinio había contraído matrimonio con una hermana de Constantino. El decreto contemplaba la total devolución de los bienes confiscados a la Iglesia. Uno de los jefes romanos, Maximino Daia, continuó la persecución, pero ya en el 312, empezó a tolerar el cristianismo por miedo a Constantino y su ejército.

En el 313, con el Edicto de Milán, el cristianismo pasó a ser una religión lícita. De esta manera, se podía profesar la fe en Jesucristo sin ningún problema. La Iglesia recuperó muchos de los bienes confiscados. El decreto pedía que nadie fuera molestado por practicar la religión que fuera.

Los historiadores han identificado, en ese mismo año, unas1500 sedes episcopales, claro que su importancia variaba. Sería erróneo aplicarle nuestra versión actual de las sedes episcopales. Algunas comprendían unas pocas comunidades rurales. De los 50 millones de habitantes del Imperio Romano, aproximadamente de 6 a 7 millones ya eran cristianos, es decir. alrededor del 10%.

En los inicios del período de tolerancia, ¡aquellos eran cristianos probados que acababan de pasar por el fuego!

Reflexionemos un momento sobre el impacto de Constantino (Ü 337) y algunas de sus medidas. Con su edicto del 313, luego de las terribles persecuciones de Diocleciano entre los años 303 al 311, Constantino aparecía como un enviado de Dios. Hoy en día, en el Palacio de los Conservadores en Italia, donde se guardan los vestigios del pasado romano, se conservan los restos de una estatua de Constantino. Solamente la cabeza, mide 2,60 metros. Parece que la estatua sedente medía por lo menos 10 metros de pies a cabeza. Así de enorme y glorioso fue el Constantino que nos dibujó el Obispo historiador Eusebio de Cesarea (Ü 340) en un discurso pronunciado en el 335 a los 30 años de gobierno de Constantino, quien había empezado a gobernar en el 306 la zona del imperio que gobernaba su padre, Constancio Cloro muerto en el 305.

Como pasa siempre con las grandes figuras políticas, los simpatizantes de Constantino, como Eusebio de Cesarea, se inventaron las leyendas más exageradas.

Algunos aseguraron que Constantino El volumen I de la Nueva Historia de la Iglesia presenta a Constantino como un hombre de un “paganismo abierto y tolerante como el de su padre”. La que sí era cristiana era su madre, Elena. Se sabe de cierto que Constantino acabó convirtiéndose al cristianismo. Esa conversión ocurrió en su lecho de muerte. Se bautizó, lo cual era “una práctica entonces frecuente”. La Nueva Historia de la Iglesia no idealiza a Constantino, al contrario, lo presenta como un hombre ambicioso, obsesionado por quién le iba a suceder, tema enfermizamente recurrente en estas Antillas de Dios y de los caribes. En la Nueva Historia de la Iglesia leemos este resumen de la vida de Constantino que le baja los humos a cualquiera de sus simpatizantes: “Constantino debió, sucesivamente, asumir la responsabilidad de la muerte de su suegro, de tres cuñados (entre ellos, el propio Licinio que se había casado con una hermanastra de Constantino), de su hijo mayor y de su mujer”. Examinemos sus medidas.

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