El círculo de tiza dominicano

Parecería que el mundo convulsiona, que se conduce a su gran final, que se extingue toda posibilidad de acometer grandes empresas por y para la humanidad; que el heroísmo es cosa del pasado; que, el “aquí y ahora”, se resuelven en una inapelable sentencia destructora de lo que queda.

Parecería que, obnubilados por una especie de loca ambición, olvidamos nuestra propia esencia; en fin, que se nos agota la existencia y como especie de un diagnóstico fatal, un médico a dicho a muchos: te llegó la hora.

Es el cuadro que define el mundo hoy día y al que los dominicanos no resultamos extraños. Y es verdad que nada es para siempre, que la existencia es efímera, que solo tenemos esta vida para trascender, sobresalir entre nuestros iguales -impulso interior ínsito del ser humano- , pero también es verdad que todos no podemos, al mismo tiempo, ocupar los espacios de poder (por desgracia son pocos para tantos).

Quizá la perniciosa herencia subyacente en nuestra memoria genética de aspirar al poder por el poder mismo -en tanto que fin, no como medio- nos esté produciendo ceguera; la ceguera propia del que no distingue los aportes de su adversario, la ceguera que produce desprecio por todo lo que no es inspirado por nuestra iniciativa, que nos priva del enfoque correcto acerca de la utilidad y los perjuicios de las acciones humanas y las cosas en las que devienen materialmente.

Es cierto que de muchos se ha apoderado cierta suerte de nihilismo que bloquea todo sentido de la confianza, de la esperanza; pero hay otros que, muy conscientemente, conspiran cada instante contra todo lo que tiene por etiología el genio ajeno.

Todo lo anterior pretende solo hacer que nuestros políticos pongan sentido de prudencia a sus acciones y los ciudadanos desarrollen sentido crítico hacia las mismas.

Bertolt Brecht, tiene una obra de teatro épico titulada “El círculo de tiza caucasiano” cuyo argumento nos ofrece a una madre que huye tras la muerte de su esposo dejando su hijo a cargo de la cocinera. Pasado un tiempo la madre regresa a reclamar su hijo y se organiza un juicio para resolver la cuestión de cuál de las dos mujeres deberá quedarse con el niño.

Así las cosas, se decide que el niño quedará con aquella de las dos mujeres que consiga sacarlo de un círculo diseñado con tiza, agarrándolo cada una por un brazo. Pero, no obstante haber ganado la madre auténtica, el juez deja la custodia a la cocinera.

Recuento un poco de la obra para, extrapolándola, advertir al país sobre las consecuencias que traería un ejercicio imprudente del accionar político asido a un populismo cuyo útero no puede ni podría concebir otra cosa que la improvisación propia de la inexperiencia de Estado (para muestra, el botón de Grecia)

Dejo a la prodigiosa imaginación de mis lectores la asignación de roles de la mencionada obra, replicables en nuestro patio político, con la consabida aclaración de que, el ejercicio que hago sobre el particular y dejo implícito aquí, en nada está inspirado en prejuicios sobre extracción socioeconómica ni cuestiones de idéntica índole, solo es una forma de jugar con las figuras, de geometrizar lo pensado.

El autor es abogado y politólogo.

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