EN PLURAL

Recuperar la tradición y las habichuelas

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Como muchas de nuestras manifestaciones culturales, la Semana Santa va perdiendo su sentido. El galope de un tiempo trepidante que deja atrás, sin recordarlo, el pasado, y se despreocupa del futuro, se lleva entre las patas cuanto representa serenidad, reflexión.

Pensar en cosas trascendentales está prohibido, el epicúreo lema ‘‘Comamos y bebamos, que mañana moriremos’’ rige la existencia diaria. Ir a misa, o asistir a un culto evangélico es, a lo más, un rito que se cumple el domingo y luego se retorna a la vacía continuidad que transcurre entre la obsesionada atención en los tics, y en los cálculos de cómo se venden, o compran, siempre al mejor postor.

La Semana Santa, transcurría en mi niñez y juventud en un ambiente de silencio, de respeto, de oraciones musitadas por las abuelas, frecuentando los templos para admirar los monumentos, verdaderas obras de arte, fabricados con ardorosa unción; el Viernes Santo, muchos acompañaban la procesión del Santo Entierro. En las casas se apagaban los aparatos de radio, se hablaba bajito, ese día no había pelas, los regaños se musitaban apenas.

Aún para los no cristianos practicantes, era detenerse, la pausa que los espíritus y los cuerpos requieren para hablar con ellos mismos y con Dios, si se creía en Él.

Para endulzar esa severidad de la Semana, las habichuelas con dulce hacían su parte: se cocían en grandes ollas familiares, y además de dar goce, un tanto pagano, al paladar, cumplían patentemente otra misión: demostrar amor y solidaridad con los prójimos más próximos que eran aquellos vecinos de antes, familiares en la contigüidad espacial de las barriadas.

Las fuentes de habichuela con dulce se intercambiaban a través de los patios, con su bandeja y su paño blanquísimo, y eran como apretones de manos, amistoso compromiso de apoyo, compañía, incluso si alguna rencilla hubo, de reconciliación.

Sé que se siguen consumiendo las habichuelas con dulce, aunque les aseguro que los niños prefieren de postre un ‘‘MilkyWay’’.

Las iglesias, sobre todo la mía, la católica, mantienen la tradición en sus ceremoniales. Y los fieles asisten, solo que, lo repito, en ánimodistinto al que ardía en los feligreses antiguamente.

Es que la Semana Santa era como, y perdonen mi sacrílega comparación los ortodoxos, un Carnaval, para los dominicanos del pasado; un festival, solo que se celebraba en recogimiento, con ayunos y penitencia, durante varios días, para eclosionar en la quema del Judas, y la Misa de Gloria.

La Tradición Judeo cristiana era en nuestro país, más que un acontecimiento religioso. Fue, debía seguir siendo, parte esencial de nuestro patrimonio cultural, de nuestra IDENTIDAD.

Somos mestizos. Mezclamos en la conmemoración de la Pasión y Muerte del señor un elemento pagano: aunque nos eximimos de comer carne, nos desquitábamos con el manjar sabroso de las habichuelas con dulces y los ya desaparecidos buñuelos de viento.

Las religiones que prenden en el imaginario social y se hacen parte de la historia cultural de los pueblos, son las que permanecen. Y es natural: hace ya años que la religión católica ha declarado que la Iglesia no sólo son los sacerdotes, diáconos y monjas, el pueblo llano es el cuerpo de la Iglesia, ‘‘las ovejas’’ que los pastores guían. Y esas ovejas, en nuestro país, y en el mundo, aturdidas entre ruidos extraños, llamadas diferentes, andan cada vez más extraviadas.

Dos golpes de timón simultáneos se requieren para cambiar el rumbo de una Semana Santa que se vacía de significado, y de sabor, convertidas en vacaciones playeras, en las que el estrépito de las bocinas sustituye el canto gregoriano. El primer viraje lo señaló el Papa Francisco: que los pastores huelan a oveja, que la iglesia se funda con su pueblo, en los barrios, en donde se sufre, donde se reclama justicia: caminar con la gente en lo que en RD llamamos Marcha Verde.

El otro ‘‘cambiazo’’ toca a nuestro pueblo mismo, que ha empezado a pensar de nuevo. Avanzando como debe hacia el futuro;saber de dónde viene, sus tradiciones, su pasado, en lo que este puede ser aleccionador para el presente.

Volvamos a las habichuelas con dulce, intercambiándolas con el vecino, aunque al principio estese cohíba al creer que somos posibles delincuentes.

Uso las habichuelas con dulce, como un símil. Hablar con el vecino, con los demás, cambiar de nuevo el vecindario para que sea la Comunidad cálida que nos describe Zygmunt Bauman.

Edifiquemos ese paraíso perdido de la solidaridad, que representa, como la Semana Santa de antes, una tradición cultural, que ojalá fuera el Ethos, el alma de los dominicanos del mañana y de siempre.

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