PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Obstáculos y ayudas en la expansión del cristianismo
A pesar de las estadísticas optimistas de Lucas (Hechos 2, 41 y 4,4) “es probable que, hacia la década del 60, los cristianos no hayan sido más que tres mil”. ¿Qué ayudó y qué obstaculizó la expansión del cristianismo?
Podemos señalar dos grandes momentos de expansión: uno a finales del siglo II, bajo Emperador Cómodo, 180 - 192, y otro en la segunda mitad del siglo III, cuando alcanza las dimensiones de un movimiento masivo. Ninguna otra religión de aquellos tiempos tuvo un éxito comparable.
Voy a enumerar, primero los obstáculos contra los cuales chocó el cristianismo para expandirse. Los cristianos eran un movimiento religioso numéricamente pequeño. Había surgido en pueblo judío, pueblo minusvalorado política y culturalmente por los romanos. Estaba situado en el borde oriental del imperio. Jesús había nacido en un área sin relevancia en una provincia romana de tercera categoría. El cristianismo no respetaba los cánones romanos de una religión seria: en los primeros tiempos, no tenía templos, altares, ni imágenes. Al decir de Tácito, el cristianismo era “una nueva superstición”. Era mal visto por judíos, griegos y romanos. Algunos puntos de la doctrina cristiana difícilmente podían ser digeridos por un pagano: por ejemplo, el monoteísmo, o aceptar que un ser divino que hubiese en una cruz. Por otro lado, el cristianismo, tenía pretensiones de exclusivismo. Vivía en pugna con los judíos y aun dentro del cristianismo se daban las herejías, “otros evangelios”, las discusiones y las descalificaciones implacables.
Pero hubo también factores favorables: el cristianismo encontró en el imperio romano una sociedad gobernada, comunicada y ordenada. Se disfrutaba de una paz tensa, la Pax Romana. La cultura helenística había creado una unidad que trascendía las diferencias nacionales, étnicas e histórico religiosas prácticamente dentro de la totalidad del imperio.
La lengua griega era usada por una minoría educada como lengua de comunicación de un extremo a otro. El cristianismo fue una religión urbana. Propuso la idea de la unidad del género humano. La noble herencia judía le dio horizontes universales, vocación misionera, una imagen misericordiosa de la divinidad, una ética de alta calidad y una referencia escrita: el Antiguo Testamento. Los judeocristianos usaron las sinagogas y las relaciones de aquellas comunidades.
El Estado romano era tolerante hacia toda expresión religiosa. Los dirigentes romanos tardaron en captar la dimensión crítica y corrosiva del cristianismo respecto de sus dioses y la absolutización de los intereses romanos. Los sectores pensantes del pueblo romano buscaban de manera creciente respuestas a los nuevos interrogantes dramáticos y existenciales: catástrofes militares, crisis económicas, epidemias y una inseguridad imperante en los caminos. Los romanos se volvían hacia lo trascendente.
Por su parte, el cristianismo tenía una visión inequívoca sobre el mundo y la historia. Respondía al anhelo humano de la unidad en la verdad frente a la alucinante multitud de ofertas de salvación. Desde el inicio, hubo cristianos entre las clases acomodadas de Roma, cercanas al estoicismo o aquellas que buscaban respuestas más profundas a los grandes interrogantes de la vida. Mucha gente pobre, esclavos, pueblos sometidos, mujeres de casi todas las clases sociales, encontró en el cristianismo la posibilidad de un nuevo sentido para su existencia.
Entre ricos y pobres se vivió en comunidad, se celebró la Eucaristía, y se leían las Escrituras.
Muchos fueron atraídos al cristianismo por los heroicos ejemplos de los mártires. Entre los sectores populares, varios factores también ejercieron su atractivo: la búsqueda de los milagros, el miedo a los demonios, o una aproximación mágica a los sacramentos de la Iglesia (sigo N. Brox, Historia de la Iglesia Primitiva).
En sus Pensamientos, Pascal escribió: “¡Qué hermoso es ver con los ojos de la fe a Darío y a Ciro, Alejandro [Magno] y a Herodes [el Grande] obrar sin saberlo para la gloria del Evangelio!”
El autor es profesor asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do.
