LO QUE NO SE VE
Trump presidente ¿Cómo resultó posible lo improbable?
Cual bólido enérgico, violento y encandilado que se abría trecho entre los sembradíos de la historia, de la política, de las estadísticas y de todo aquello con valor predictivo que pronosticaba su derrota en las elecciones del martes pasado, Donald Trump hizo posible lo que desde múltiples perspectivas lucía improbable: su elección como presidente de los Estados Unidos.
Siempre hubo quien lo imaginara posible. De hecho, en mis últimas dos publicaciones para este diario (“¡En caída libre!...tal vez”, y “¿Qué pasará?”) especifiqué una y otra vez, que a pesar de que una victoria de Hillary era lo probable, tampoco podíamos descartar que lo improbable fuera posible ---una victoria de Trump---; y esto, en función de distintos factores que también allí enuncié y expliqué. Sin embargo, las encuestas y los modelos estadísticos que históricamente han sido más certeros, asignaban una inmensa probabilidad de ocurrencia a la victoria de Clinton, y es por eso que desde el martes pasado las nubosidades del estupor penden sobre todo el planeta.
¿Qué explica, y en qué se sustentó la victoria de Donald Trump?
Estados, participación electoral, distribución demográfica y encuestas
No sería justo ni correcto decir que todas las predicciones fallaron, porque no fue así. De las 51 elecciones sub-nacionales celebradas el pasado martes (50 estados, más Washington D.C.), 46 presentaron resultados consistentes con lo que se había estimado, en términos de quién ganaría y quién perdería. De los cinco restantes, la Florida y Carolina del Norte mostraban un empate técnico, y sus resultados confirman la certeza de esta predicción. En los otros tres estados, a saber, Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, sí fallaron las encuestas, y no solo porque los resultados finales excedieron, en términos numéricos, aquellos contemplados por los márgenes de error, sino porque además, terminó ganando quien se suponía perdería.
En el estado de Michigan, Clinton perdió las elecciones por una abstención mayor a la esperada entre afroamericanos. La diferencia fue de 13mil votos, y solo en el condado de Wayne, donde se encuentra la ciudad de Detroit, esta obtuvo 90mil votos menos que Obama en el 2012. En Wisconsin pasó algo similar. La diferencia fue de solo 28 mil votos, donde no solo se registró una disminución en la participación de algunas minorías, sino que por la vertiginosidad con que se han diversificado étnicamente muchos de sus condados, la mayoría de estos, tal cual predice el índice de diversidad, votaron mayoritariamente por Trump. En Pennsylvania, se verificó una disminución en la votación de la coalición tradicional de los demócratas en los centros urbanos, que cuando combinada con la gran participación de la clase trabajadora rural y semi-rural, dio al candidato republicano los cerca de 68 mil votos necesarios para la victoria.
Estos tres estados no merecen ser resaltados solo porque fueron aquellos cuyos resultados no compaginaron con lo pronosticado, sino porque estos, cuando sumados, representan 46 Votos Electorales, sin los cuales Trump hubiese acumulado solo 260; 10 por debajo de los 270 necesarios para alcanzar la presidencia de los Estados Unidos.
En sentido general, la participación electoral fue la más baja desde 1996, tal como se esperaba de unas elecciones donde los principales candidatos exhibían tasas de rechazo superiores al 50%. Pero la abstención no fue uniforme, sino que, para mala suerte de los demócratas, fue más pronunciada entre sus correligionarios, y en los estados donde terminarían siendo más necesarios esos votos. Trump ganó porque, en términos relativos, votaron más blancos a favor de su candidatura que los que se proyectaba (una posibilidad contemplada en el antepenúltimo párrafo de mi artículo “¿Qué pasará?”) aunque por el bajo nivel de las votaciones, este obtuviera alrededor de 1.5 millones de votos menos que los que obtuvo Romney en el 2012, cuando perdió las elecciones por 4 puntos porcentuales y 126 Votos Electorales.
De igual manera, los márgenes de su derrota entre los afroamericanos y latinos no fueron tan amplios como muchos aseguraban, y esto así, porque no acudieron a votar a favor de Clinton todos los que se suponían lo harían. Su votación entre las mujeres estuvo mejor que lo vaticinado, y la diferencia a su favor del voto masculino, fue superior a lo previsto. Los más jóvenes votaron por Clinton, y los más adultos por Trump, pero estos últimos excedieron la participación de los primeros. El voto de los hombres blancos con nivel superior de educación eligió mayoritariamente a Trump, también contrario a muchos de los vaticinios preelectorales.
Las encuestas, por su parte, empiezan a sufrir los desaciertos de sus predicciones. Aunque tomará más tiempo e investigación determinar las razones estructurales del fallo colectivo, al menos tres elementos explicativos ya han sido identificados. Primero, equivocaron los modelos que estiman la probabilidad del ejercicio del voto, y de ahí que se subestimara sistemáticamente lo que sería la participación de las huestes de Trump. Segundo, los errores que derivan del fenómeno estadístico conocido como el “nonresponse bias” ---el sesgo de la no-respuesta---, que en este caso contribuyó a que se construyeran muestras no representativas; y tercero, las aparentes respuestas falsas de aquellos que por corrección política y social, o por cualquier otra razón, prefirieron no admitir que votarían por Donald Trump. Pero así como tomó seis meses luego de transcurrido el Brexit para que el designado “blue ribbon panel” pudiese dar respuestas concretas acerca de dónde y por qué se produjeron los errores de las encuestas, en este caso, igual habrá que probar una serie de hipótesis que al final serán las que nos darán las respuestas.
Y surgió el cisne negro... En el artículo “¿Qué pasará?” se establece lo siguiente: “este autor es del criterio de que tampoco podemos, en el ejercicio prospectivo, asignar mayor probabilidad de ocurrencia a lo posible que a lo probable, aunque en este mismo espacio hayamos establecido que este torneo electoral aparenta ser uno donde lo posible ha sido lo improbable”. Más adelante agregamos: “Aunque este abordaje metódico y sistémico en ocasiones yerre en sus pronósticos, el mismo, en la mayoría de los casos, estará más cerca de los resultados observados, que aquellos ejercicios proyectivos sin sustento científico ni disciplinario, que aparentan siempre estar a la caza de un Cisne Negro”. En esta ocasión, surgió ese Cisne negro.
Trump, en su ruta hacia lo improbable, venció a dos dinastías políticas ---los Bush y los Clinton---a una parte importante de los medios de comunicación, a las maquinarias de las campañas tradicionales, a los jefes políticos del Partido Republicano, a los grandes contribuyentes, a la corrección política, a las encuestas, a analistas y expertos, al sentido común, a la decencia, a las buenas costumbres, y hasta a la dignidad.
En su trajinar, destrozó la conclusión a la que había llegado el Partido Republicano tras la derrota de Mitt Romney; aquella de que ya no era posible ganar sustentándose solo en el voto blanco. Y aunque ahora los oráculos del ex post aseguran haber visto venir la concreción de lo improbable, ninguno fue capaz de articular, ex ante, los apoyos por segmentos sociodemográficos y por ubicación geográfica, con sus correspondientes magnitudes, que al final determinaron el triunfo del mangante neoyorquino.
Su victoria obliga a adentrarse en las dinámicas socio-culturales de la población estadounidense, para poder comprender cómo una figura de esta estirpe logró calar en sus preferencias. La voluntad popular prefirió, aunque por exiguo margen, a Hillary Clinton, pero el sistema y sus intrincadas reglas dictaminaron que por quinta vez en la historia de los Estados Unidos, jurará como presidente aquel que no fue elegido por la mayoría de sus conciudadanos.
De la obra Trump, apenas abre el telón. ¿Cómo podemos interpretar la agitación social que se ha desatado y esparcido por más de una decena de ciudades de EE.UU. a partir de su triunfo? ¿Qué esperar de una presidencia Trump? ¿Tiene sentido imaginarse que ahora que será presidente moderará algunas de las conductas reprochables de la campaña? ¿Qué sucederá, tras la coronación de este anti-político, con los dos partidos tradicionales del sistema? ¿Qué puede esperar el mundo de lo que será la nueva política exterior de los Estados Unidos? ¿Se puede interpretar, a través de la elección de Trump, la significación de la presidencia Obama? ¿Podrá la presidencia Trump tener éxito, o protagonizará esta un fracaso estrepitoso?
Estas y otras preguntas serán abordadas en detalle en un trabajo especial que será publicado en las páginas de este mismo diario, a mediados de la semana próxima.
El autor es economista y politólogo
