VIVENCIAS
El cliente de la discordia

Cuántas uniones de empresarios y profesionales habrán terminado por “culpa” de haber conseguido un buen cliente. Parece una incongruencia, pero es del todo cierto. Podría ser el caso de una empresa o la de una oficina profesional que brinda servicios, que lucha por su progreso, manteniendo una calidad en su trabajo incuestionable. Pero de buenas a primeras, en base a su capacidad y habilidad, logran colocarse en el mercado de las ofertas con un éxito sorprendente.
Y ocurre el milagro esperado, un cliente que los sacará de todos los apuros económicos presentes y futuros. Diríase, que han descubierto una mina de oro, una cantera inagotable de recursos que los catapultarán a niveles económicos inimaginables. Pero ocurre con la bonanza material algo inexplicable: la separación de los socios. Y no en buenos términos, la fiesta (el negocio) que empezó con tanta determinación y confianza termina como aquella famosa de los monos.
En esta situación hay un denominador común, la ambición que convive y pulula en ambientes propicios a gente codiciosa. En medio de la realización de trabajos que determinan la supervivencia de empresas y personas, siempre están detrás los ambiciosos, que nunca confiesan su ambición, sino cuando se ven favorecidos por la fortuna. Por esta razón, es difícil desprenderse de gente que siempre quiere estar delante del otro, de ser el más importante.
Esto lleva a una perversión peligrosa, por el afán de poseer más y más, al precio que fuera, aunque esto concluya en la destrucción de una hermandad o de una sociedad. ¡Qué difícil se hace limitar los deseos! La ambición se ve con frecuencia en las almas mezquinas, olvidando que en las cosas pequeñas se guardan tesoros mayores.
El hostigamiento de las grandes ambiciones hace del ser humano, alguien sin escrúpulos, carente de caridad y con un entramado en su personalidad, donde impera el orgullo, la astucia y la arrogancia. El antídoto a esta forma indiscriminada de perversión es una pobreza sustentada en una renuncia a la vida material, haciéndonos más receptivos a la vida ideal ajena a la ostentación y el despilfarro.
