PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

La Segunda Sesión del Vaticano II, Otoño 1963

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Manuel P. Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El 8 de diciembre de 1962, dos meses después del inicio de los trabajos del Concilio, ¡nada había sido aprobado! Pero el concilio se había convertido en un “acontecimiento comunicativo”. Las Conferencias Episcopales ejercían su sana influencia. Muchos veían la necesidad de un concilio con incidencia pastoral. Para ello, había que enfocarse.

La intervención del Cardenal Suenens del 4 de diciembre de 1962 orientó los trabajos del Concilio. Señalaba a la Iglesia como el tema central de concilio. Proponía reunir todos los temas bajo dos acápites: la Iglesia hacia adentro y la Iglesia hacia afuera. Se creó una comisión de coordinación para buscar lo prioritario. Sus trabajos de enero a agosto de 1963 sirvieron de base para los 16 documentos conciliares.

El 3 de junio de 1963 fallecía Juan XXIII. El mundo lo lloró como si fuera su párroco. El 21 de junio fue electo Giovanni B. Montini, creado cardenal por Juan XXIII el 5 de diciembre de 1958. Pío XII le negó el capelo cardenalicio, desoyendo los ruegos repetidos de los milaneses (Kelly, The Oxford Dictionary of Popes,1986, 323). “Era un hombre reflexivo y de reacciones muy matizadas. Más intelectual y consciente de los problemas que su predecesor, que vivía una piedad campesina sencilla, pero no le habían sido dadas su cercanía humana y espontaneidad. Estaba, por un lado, muy familiarizado con los problemas sociales, y por otro, con la teología francesa.” Enfrentaría crisis eclesiales que a “Juan XXIII, para suerte suya, le habían sido ahorradas. Controlaba mucho más la curia, que conocía bien, y en la que había trabajado durante años” (Schatz, 1999, 284).

La segunda sesión inició el 29 de septiembre de 1963. Aparecía claramente que la Iglesia, en sí misma (ad intra) y su diálogo con el mundo, eran los temas centrales del Concilio. Se empezaba a tratar sobre la Iglesia insistiendo en su dimensión histórica, considerándola como pueblo de Dios peregrino, como realidad incompleta, en búsqueda. Se la miraba como <> de unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. El cardenal Suenes pidió que se antepusiera el capítulo sobre el pueblo de Dios al capítulo sobre la jerarquía. Así quedaba superada la perspectiva jerarcocéntrica. La mayoría lo aprobó.

Se le preguntó a los padres conciliares: ¿se debía promulgar un esquema específico sobre María o debía hablarse sobre la madre de Dios en un capítulo dentro del esquema sobre la Iglesia? El concilio decidió la incorporación en el esquema eclesiológico por escasa mayoría, 1114 (50.9 %) a favor, y 1074 contra. La mayoría no deseaba prolongar los dogmas marianos (Pío IX y Pío XII).

El entonces joven teólogo Ratzinger, lo explicó así: “El sentido del esfuerzo conciliar no podía ser evidentemente desmontar lenta, pero decididamente, la piedad mariana como tal y de esta manera asimilarse progresivamente al protestantismo. Más bien, el objetivo consistía en librarse de una teología especulativa que olvidaba la Escritura y, bajo la llamada de las preguntas de los hermanos separados, colocarse decididamente sobre el suelo del testimonio bíblico. Sólo quien conoce lo evidentes que se habían hecho en la teología los títulos de mediadora y co redentora al amparo de las declaraciones papales, y de qué modo había sido acallada toda contradicción, podrá valorar justamente el peso de estos acontecimientos” (Schatz, 1999, 287).

El 30 de octubre, 1964 se abordaron estas preguntas, entre otras: si la consagración episcopal tiene carácter sacramental; si incorpora al colegio episcopal; si el colegio episcopal junto con su cabeza es el titular de la autoridad suprema en la Iglesia; si este poder es de derecho divino; si debía de ser restablecido el diaconado permanente. Una amplia mayoría respondió afirmativamente a todas estas cuestiones decisivas. Había que seguir tratando sobre los obispos, el ecumenismo y la liturgia.

El autor es profesor asociado de la PUCMM.

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