EL CORRER DE LOS DÍAS
Las madres de los hombres
Colgaban como frutos desde los árboles del frondoso guayabal.
Nacieron sin sexo, pero se suponía que serían mujeres, porque en cierta ocasión, un caribe disfrazado de taíno se robó las pocas que había y eran las madres de los hombres.
Huérfanos por el rapto de sus mujeres, dice Pané, que estos seres asexuados comenzaron a gotear, a desprenderse de las ramas y a convertirse en trozos de carne viva que asemejaban mujeres de una nueva raza. Así lo entendieron los varones que restaban.
Habían llamado a sus dioses de caoba, roca volcánica, hueso y barro cocido, para pedirles que la raza humana que representaban no desapareciera.
Dentro del os polvos de la cohoba, aspirados en cantidades exorbitantes, aparecieron las imágenes con bellos rostros juveniles y llenos de adolescencias.
En la mañana posterior al rapto ya las pocas mujeres de la isla, todas ocupando una canoa, llegaron a Matinino: los remeros eran expertos, golpeaban con fiereza el oleaje y el mismo se convertía en balanceo generado por los dioses animando el ritmo musical de la almadía.
Mientras un tiempo mítico se asentaba entre las manos de los remeros, la canoa por cuenta propia creció hasta quedar convertida en isla integrada al archipiélago antes de llegar a la playa, donde ancianos de sexo decadente retornaron en un momento a ser tan juveniles como los dioses.
Allí desembarcaron a las prisioneras genéticas, las que abrazarían costumbres caribes similares a las de sus nuevos propietarios.
Las indias viejas armaron un areìto para el dios Ma Boya, el que con voz caribe enfebrecida fuera quien habría aconsejado ir a una isla llamada Babeque, Baneque, Bohío, o tal vez Quisqueya, donde sobraban las mujeres, y donde ardían los guayabales repletos del deseo amarillo que maduraba en sus frutos.
Por eso descendieron de la canoa y las mujeres fueron capturadas con facilidad.
Se entregaban al deseo invasor.
Tal vez sospecharon que darían paso a una nueva raza entre gente que deglutía carne sagrada de guerreros que asados en la barbacoa, entregaban a sus captores sus poderes, porque el comedor de carne humana recibe al través de la del enemigo sus valores y formas de pensamiento. Ma Boya no se había equivocado. Hecho con algodón tejido, desde debajo de su miembro viril surgían las venas de la fertilidad.
Fue tomando con estertores de orgasmos casi pre-fabricados a las doncellas de mejor voz y mayor tamaño; a las de vientre redondo y lustroso como el fruto del caimito, y las hizo gestar nuevas gentes, porque al parecer sabía que en Babeque y de algùin modo, cuando ello aconteciera, los dioses taínos aceptarían sustituir a las mujeres raptadas.
Mientras la canoa desembarcaba su mercancía sagrada en Matinino, en la isla de Babeque florecieron los guayabos con mujeres casi nonatas en vez de frutos. Fue entonces cuando cayeron suavemente desde el tope de los guayabos, y el buíhtí buscó en el legendario archivo de sus recuerdos cómo propiciar de nuevo el sexo reproductor de estos pegotes de inicial melena brillante y labios carnosos. Entonces el zumbido del pájaro llamado inriri chauvial se hizo denso a la vez que melodioso y como soldados los pájaros carpinteros, con gritos de entusiasmo, vinieron a perforar carne hasta ahora virgen, creando las nuevas hembras para dar sentido a las historias de las nuevas razas.
y de su sexo. En semanas las mujeres raptadas habían sido recompuestas. Adquirieron por obra de Maquitael, señor de los idiomas, la lengua de las que se fueron.
Nació en ellas el deseo de la maternidad y pronto, embarazadas por dioses encargados de darles vida nueva a sus vientres, poblaron a Babeque, y las culturas nacieron porque entre los dominadores de las verdades no murió la tradición oculta en el tuétano de los sobrevivientes.
Y esta es la verdadera segunda creación de los habitantes de la tierra que Colón llamó La Española, tal y como aparece en la versión real, no adulterada, de la “Posible Relación de las mujeres raptadas por los Caribes durante la isla Española” encontrada en el Archivo de Indias luego de la desaparición de los pobladores de Baneque, Bohio, o tal vez Quisqueya.
