La patria y sus lideratos como desdicha
El momento es espeso y sus peligros bullen como males finales de la patria. Todo ha ido quedando a la vista, tan palpable como desgracia de soberanía y mutilación de independencia, que no hay equívoco posible.
Me atrevo a pensar en voz alta y decir al escribir, que la rémora del rencor ensombrece el alma; que el veneno de la envidia arruina la decencia; que el lucro como júbilo enloquece las virtudes; que la falta de humildad corona a la arrogancia; que el vicio como mérito es ultraje a Dios.
Desde luego, agrego a todo ello que la intriga como caldo de cultivo se ha hecho siempre cargo del desastre que entrañan todas esas falencias del medio social, particularmente en el ámbito de las bregas públicas.
Así, en medio del tremedal que ha terminado por ser nuestra rebajada lucha política esos juicios sentenciosos se hacen bien válidos y su mención resulta justa; algo que debería ser de rigurosa aplicación en procura de enmiendas; aunque parezca que ya no hay tiempo de intentarlo.
Cuando uno se dispone a examinar en retrospectiva el curso de los lideratos nacionales y piensa en aquellos hombres sensitivos que alcanzarán tal rango por obra de razones y circunstancias variadísimas, tiene que deplorar que fracasaron en la misión trascendental de construir una unidad nacional sólida y permanente que pudiera resistir las espantosas maquinaciones de siempre de la Geopolítica.
Sus líderes mayores del pasado reciente, especialmente aquellos dotados de mayor fortaleza cultural y ética, se supieron separar y se mantuvieron enemistados en medio de los intereses coyunturales siempre sórdidos de la intriga.
No niego que ha habido circunstancias ciertamente de por medio que condicionaran las divisiones. Juan Bosch, Juan Isidro Jiménez Grullón, los más esclarecidos y honestos de un exilio común, pese a compartir ideales trascendentales de liberación, no pudieron sobreponerse a esa trágica impronta nuestra del desencuentro.
Esa fue una debilidad innegable de la patria que se pudo ver y comprobar con asombro en aquella terrible experiencia de la suplantación de una Constitución brillante por una vulgar acta notarial, de firmas inverosímiles.
Luego, don Juan y Balaguer, separados por hechos y circunstancias respetables, porque uno servía a la República desde el ostracismo, mientras el otro se programaba para las tareas del Estado aguardando el momento preciso de emerger, fueron mantenidos en una perpetua confrontación a fuerza de animosidades que parecieron invencibles.
Sin embargo, en honor a la verdad, se ha de decir que luego, en su común ocaso de vida, llegó un tiempo en que la aflicción de la patria los hizo converger y reencontrarse para organizar la resistencia al poder extranjero que había revelado una extrema violencia durante la crisis del año 94 en procura de impulsar la desintegración del Estado, con la subsecuente demolición de la nación en sus principios fundacionales, como consecuencia de la imperiosa necesidad del poder extranjero de eludir responsabilidades de asistencia y solidaridad para con el vecino Estado colapsado.
Se pensó entonces en el reencuentro que se alojara en el Frente Patriótico y que éste resultaría duradero y funcional, mucho más que aquellos viejos pactos de la Unión de principios del pasado siglo, donde otros dos importantísimos líderes de la época vadeaban las torrenteras de sangre que implicaban el desorden de la paz que imponía la manigua.
¿Cuál ha sido la tragedia de hoy? ¿Se irá ésta profundizando cada vez más a medida que se sigan hundiendo la soberanía y la propia independencia de la patria? El blindaje del año 95 fue derretido en el año 98 y luego de un interregno innombrable de maldad y caos, la verdad es que no se pudo organizar la unidad vital del partido mayor, que fuera diseñado para la liberación nacional, jamás para la liquidación, al cual hemos visto dando tumbos con una maltrecha cohesión, desorientado, buscando abrirse paso ante el abandono de todas las legitimidades establecidas, claramente dispuesto a entregarlo todo, con tal de permanecer contra viento y marea.
Lo de hoy es decididamente lamentable.
Medina y Fernández son los actores actuales. Después de una azarosa fase de vicisitudes y enmarañadas incomprensiones, se busca afanosamente hacer de la experiencia de este proceso electoral una especie de fiesta grande de la democracia, cuando la realidad es que la República está postrada moribunda, a punto de recibir los peores daños contra su integridad y supervivencia.
Los métodos usados para tratar de subsanar las pendencias rencorosas y persecutorias no son más innobles de lo que hoy se procura como la humillante capitulación de un vencido. Se le manda y espera que olvide su condición de víctima y asuma el frenesí máximo para el apoyo; se sabe exactamente que no se logró establecer la reconciliación como mandato del corazón y que se prefirió una rendición deshonrosa, como una manera no sólo de satisfacer las más bajas pasiones, sino de privar además a la República agónica de quien pudo ser su defensor más eficaz en ese escenario espantoso de descrédito y ofensa que montaran los enemigos de la patria para poder abrogarla, como tal, para siempre.
Desde luego, al final de estas cuartillas debo excusarme de no aludir a las atroces divisiones desde el nacimiento mismo de la patria en aquel aciago otro sigo que le sirviera de cuna.
Su mención cabe sólo para señalar lo rotundo que ha sido el error de los líderes como desdicha de la patria.
