Gracias, presidente Obama

En 1981, en la Plaza de la Revolución, el profesor Juan Bosch rogaba al Presidente Carter que eliminara el bloqueo a Cuba y acto seguido Fidel Castro le desmentía diciendo que Cuba no rogaba a nadie, batiendo su mano derecha por ante sus partes pudentes.

Quienes habiendo emergido de la pobreza o de las clases medias presentan hoy credenciales de realización profesional gracias a la solidaridad de Cuba dicen “¡Gracias!” al Presidente Obama.

Son cientos de miles de personas distribuidas en el mundo que obtuvieron títulos técnico, de grado y postgrado en Cuba, gracias al apoyo de un gobierno moral hasta la muerte, atrapado en las claves de un tiempo atenazado por la violencia, las guerras y la confrontación.

Lo mismo dirán los enfermos curados por las brigadas de médicos internacionalistas despachados desde Cuba hacia cualquier parte del mundo.

Ayer, en su histórico discurso en Cuba dirigido al gobierno y pueblo cubano de Cuba y Miami, el presidente Barak Obama reconoció esos méritos a una Revolución casi asfixiada, junto a la que trabajó eliminando el Ébola en África.

No soslayó las diferencias, aunque prefirió lo troncal primario capaz de mover la historia: abrir cauces a los sentimientos de la gente, a los vínculos de familia; a los deseos de democracia, a los derechos humanos y a la posibilidad de una Cuba socia de Estados Unidos.

Cuba fue un ensayo de humanidad sobre la tierra. Y ojalá lo siga siendo. Después de 1959, devino en oasis para el hombre nuevo de América, para los gobiernos nuevos de América, para la sociedad justa.

Pero quedó atrapada en la red del subdesarrollo, en un tiempo marcado por las profundas huellas de la sangre, la violencia, el conflicto y el temor; que creyó en una victoria de armas envueltas en palabras, en la sustitución del diálogo por la confrontación, en un mundo del Este o el Oeste...

Hoy se disimula la existencia de un ganador y miles de millones andan con desaliento por el mundo o conectados a la red.

En esa galaxia, el Presidente de los Estados Unidos llevó ayer a Cuba el cultivo que para un mundo mejor sembró en las conciencias el Apóstol de la libertad de Cuba, José Martí. Con “cultivo una rosa blancaÖ” dijo “vengo en paz”. Lo recalcó con palabras con sonido a compromiso: Cuba no tiene que temer a que su pueblo se exprese ni a los Estados Unidos.

Ojalá también envuelvan el perdón. El mismo que ojalá solicitara Obama al reconocer que en otros tiempos Estados Unidos llegó a Cuba con deseos de ayudar y, también, de controlar.

Sobre tales palabras se espera que cicatricen las tantas y viejas heridas sobre las pieles de esas naciones. Que, desde el conflicto de los Titanes, laceraron las historias de personas y familias.

Hoy, algo queda claro: nada fructifica en el conflicto. Pese a que algún titular del New York Times y la visión de algún periodista internacional sugieran la visita de Obama a Cuba como fruto de una rendición. Las reales razones para estar allí la expuso el mandatario norteamericano: las anteriores políticas norteamericanas hacia Cuba no habían dado fruto. Añadió la decisión del gobierno norteamericano de erradicar el último vestigio de la Guerra Fría. Eso sugiere que políticamente el siglo XX concluyó ayer, diez y seis años después de que cronológicamente lo hiciera y veintisiete más tarde de que cayera el concreto armado del Muro de Berlín.

Un siglo de tristezas demasiado largas. Que deja enormes enseñanzas para la política internacional y valida, paradójicamente, el consejo de los clásicos griegos: el ser humano, pequeño, no debe interferir en las guerras de los Titanes.

Cuba pagó un precio enorme, como ningún país, por ese anhelo de construir una sociedad nueva a través de los métodos de la solidaridad, el humanismo, la rivalidad y la igualdad excluyente.

Sobre el muro aún cálido de los atardeceres veraniegos del malecón de La Habana de 1980, algunos no se explicaban cómo el socialismo se obstinaba tanto en evadir la democracia, por qué el poder unipersonal se inoculaba en la praxis real de una teoría social, política y económica signada por la libertad e igualdad sin límites. Fue el error político más caro del llamado “socialismo real”. Y el personalismo, la negación de la doctrina y su peor aberración pues si el socialismo dependería del “rol de la personalidad en la historia” (argumento sacro) estaría definitivamente jodido como proyecto de dimensión social igualitaria. Si no, preguntemos a Brecht quiénes empujan los cañones en las guerras. Y a quienes matan a diario los mecanismos de acción social directa.

La revolución ha pagado un precio moral altísimo: propiciar, bajo ese precepto la creación un sistema que limita el debate abierto, el talento y la iniciativa individual.

Las claves ocultas tras ello devienen seculares y terribles: un estado emergido de la sangre, el fuego y la violencia flota, necesariamente, sobre el temor.

Si el liberalismo dominicano condena con honor la represión de Trujillo contra los demócratas, los conservadores de Miami condenan con igual derecho la falta de libertad y debate político abierto en Cuba. Debe preservarse el derecho a disentir y a aportar.

Hoy, cuando quienes nacimos en los días que como un ungido Castro entraba a la Habana en 1959 estamos llenos de canas, se ve que el poder único, el partido único, con un líder único y vitalicio resulta del temor allí donde el odio y el personalismo óno el derechoó se imponen sobre la historia.

Hoy Obama lanza la flor blanca de la paz a un gobierno de Cuba que, en el Museo de la Revolución, muestra al gobierno norteamericano una obra dedicada a Fidel Castro de aquel Picasso que fue a esa isla y el 28 de diciembre de 1961 pintó su clásica paloma de la paz.

La cultura y el arte han estado en el discurso político que intercambian estos gobiernos, desde Martí a Picasso. Pese a que la ilustración parece no atraer a cierta clase política.

Aislada de Estados Unidos, a Cuba le será caro, complicado y harto difícil estructurar aquellas urgentes aspiraciones de “satisfacción creciente de las necesidades del pueblo” que esperamos aún latan con fuerza suficiente para señalar su destino histórico en estos tiempos nuevos y gélidos.

Los gobiernos de los Estos Unidos y de Cuba están en la obligación y el deber de resarcir al pueblo cubano de Cuba y de Miami por tanto sufrimiento y sacrificios; de permitirles ser, auto determinarse, convivir en paz y en la más plena seguridad y libertad.

Y el pueblo Cuba, ante el reto de asumir sus derechos con igual responsabilidad ante el futuro. Sería una pérdida erosionar esas conquistas de la Revolución o no empujar hacia la oportunidad. Claro que observando y limitando las encarnaciones prácticas del “Estado mínimo” de Nozick.

Tags relacionados