Tiempo para el alma

“Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?” Jn. 13: 6.
Has dado el ejemplo, maestro. Me has enseñado que no es humillación servir, entregar. Que no disminuyo cuando ayudo. Me has enseñado que el ejemplo es el mejor método de reproducción de valores, de afianzamiento y expansión de las ideas. Te inclinaste, tomaste los pies polvorientos de tus discípulos y los lavaste (“¿tú lavarme a mí los pies?”), también les lavaste el alma.
Comprendo lo que dices, hay que hacer para convencer, para transformar. Estas palabras que digo son vanas si no hago. Gracias por lavar mi interior, mis pensamientos, mis sentimientos, mis instintos, mi alma. Gracias por quitarme el polvo del olvido y la desidia cada vez que medito en tu vida y tus acciones, cada vez que me replanteo tu ejemplo; y recordarme que no debo dejar tanta bendición en mí, que debo reproducir lo dichosamente vivido. Pero replicarlo más que diciendo, haciendo.