FE Y ACONTECER
Vayamos también nosotros a morir con él
El prólogo del Misterio Pascual es la celebración del Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa. Esta fiesta comprende dos celebraciones la Procesión de Ramos y la Eucaristía. Jesucristo entra triunfalmente en Jerusalén, para padecer por nosotros, consumando asi el triunfo definitivo sobre la muerte y el pecado.
a) Del libro del profeta Isaías 50, 4-7.
Estamos ante el tercer cántico del Siervo del Señor (los demás cánticos están en Isaías 42, 1-9; 49, 1-13 y 52, 13. 53, 12). Este posee un acento particular, el Siervo es discípulo fiel del Señor, formado en la escucha de la Palabra, para consolar. Su misión es enseñar a todos los que temen al Señor y a todos los que andan extraviados y carentes de claridad.
La misión no es fácil, porque tendrá que enfrentar incluso la hostilidad y la agresión física. Sin embargo, él soportará fielmente, pues espera el triunfo definitivo que Dios mismo le concederá. Los padecimientos de este Siervo tienen algunos aspectos comunes con los sufrimientos de Jeremías. Quien a pesar de todas las dificultades y contradicciones, supo confiar plenamente en el Señor. En Él residía plenamente su fuerza y vivía con la esperanza de que estaba cerca su justificador. El Señor sabe la verdad y está a su lado para sostenerlo.
b) De la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses 2, 6-11.
Este cántico cuya, primera parte trata sobre la humillación de aquel que es igual a Dios, es considerado como un texto preexistente en el ámbito del culto, Pablo y la comunidad cristiana lo utilizaron para exhortar a los hermanos a asumir la actitud humilde de Jesús, como ejemplo de conducta de vida comunitaria.
Jesús, aun siendo Dios, se hizo hombre y renunció voluntariamente al esplendor de la divinidad, presentándose como uno de nosotros, excepto la del pecado, hasta el punto de no ser reconocido en su verdadera identidad divina.
La kénosis de Jesús es, por tanto, la realidad misteriosa de un Dios que es Señor, pero que se comporta como siervo, libre y conscientemente. Este es el camino que cada cristiano debe recorrer para ser un auténtico discípulo de Jesús.
c) Del Evangelio según San Lucas 22, 14-23. 56.
Lucas concibe su Evangelio como un único y largo viaje de Jesús hacia Jerusalén en donde debe cumplir su obra esencial. En este Domingo de Ramos, hemos llegado al final de este viaje.
La lectura de la pasión del Señor es una muestra inigualable de que el verdadero camino de la perfección del hombre es el amor a los demás, hasta ser capaz de dar la vida por ellos. La firme convicción de la fe cristiana proclama que quien pierde su vida, la gana para siempre.
En contraposición a las expectativas sobre cómo habría de manifestarse el Mesías, Jesús deliberadamente se presenta a la entrada de Jerusalén montado en un humilde asno. Quizás Lucas tiene en mente la profecía de Zacarías 9, 9ss: “Alégrate, ciudad de Sión, grita de júbilo, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra”.
La aclamación de Jesús como Rey, los comentarios que han llegado al conocimiento de las autoridades políticas y religiosas, así como el comportamiento de Jesús en Jerusalén, constituyen el fundamento de su detención, juicio y condena a muerte.
El relato de la Pasión según Lucas, al igual que su evangelio, está destinado a cristianos no judíos provenientes del paganismo. Lucas relaciona los hechos de la Pasión con el ministerio apostólico de Jesús que ha precedido, y con el tiempo de la Iglesia, subsiguiente a la resurrección del Señor.
Respecto a las palabras que Jesús pronuncia en la cruz, dos de las tres palabras que según Lucas dijo el Señor antes de morir, son de misericordia y perdón aun en medio de su propio dolor: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (23, 34), y al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 41).
En la Pasión del Señor se cumplió el repetido anuncio de Jesús, según los Evangelios sinópticos, sobre su muerte violenta en Jerusalén. Creemos y decimos que la cruz es la señal del cristiano porque la cruz es fuente de vida y de liberación total, como signo del amor de Dios al hombre por medio de Jesucristo.
La muerte de Jesús no es una fatalidad ni un mero error judicial; no es tanto culpa de los protagonistas de su proceso, pasión y crucifixión, cuanto resultado de la culpa de todos los hombres, de todo un mundo de pecado, del hombre pecador al que, no obstante, Dios ama sin límites.
El misterio de la cruz en la vida de Jesús, y por tanto en la nuestra, es revelación cumbre del amor, y no consagración del dolor y del sufrimiento. El amor que testimonia la cruz de Cristo es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo.
Jesús nos invita a imitar su ejemplo, a seguirlo mediante la autonegación que nos libera, y a cargar con amor la cruz de cada día, presente siempre en nuestra vida, y de la que inútilmente intentamos escapar. Saber sufrir por amor y en unión con Cristo es gran sabiduría. Cargar hoy con la cruz del Señor supone elegir la impopularidad en vez del aplauso inmoral, el perdón y la reconciliación en vez del odio y la venganza.
(Cfr. B. Caballero, En las Fuentes de la Palabra).