Cuando las voces no bastan para la queja

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo

En estos tiempos, de enigmática turbulencia a escala mundial, el espíritu de quienes acostumbran pesar y reflexionar se nubla y desaparece totalmente la certeza de cualquier presentimiento o vaticinio.

Ha sido en ese contexto lacerante cuando me dispuse a garabatear unos cortos versos, naturalmente modestos, pero fue cuanto pude hacer buscando superar el asedio espiritual que experimento. He llegado a pensar que sólo así puedo expresar cuanto siento. Helos aquí:

Aylan, Heraldo

“Aylan, niño/ qué dolor es éste/ el tuyo/ que tanto entristece/ fibra diminuta del desastre/ dueño del pesar del mundo.

No fue la mar tu verdugo/ sólo presagio/ de musgos mudos que sellaran

los labios de la madre/ como si presintieran los lamentos universales.

La espuma/ al mecer tu inocencia sobre la arena/ era un reproche

a la maldición de las guerras.

Cuánta elocuencia/ la de tu sacrificio/ más que mensaje, fue sentencia.

Se prohibía la palabra para la protesta/ bastaba a la playa

una sola muestra/ la tuya/ algo más desgarrador que la Normandía/

y sus ensangrentados ejércitos.

Los miedos finales los refleja tu playa/ aquella otra se creyó una esperanza/

Fallida por cierto.

Heraldo de todos los credos, tierna síntesis del desengaño por la condición humana/

Aylan, líder inmenso de nuestras congojas/ tendremos que fijarte en la retina de los recuerdos/ siempre que nos hablen/ de su paz y de sus glorias/ sin columbrar sus muertos/ así tendremos náuseas suficientes/ para el desprecio.

Aylan/ Ángel inverosímil en tanto naufragio/ eres voz de Dios y de advertencia

Misterioso misionero del horror de la historia/ al trascender en tu asunción/

resumiste el asombro de la tierra/ y esto nada tiene de delirio de sirenas/

eres la verdad rotunda y dura/ del fracaso de la civilización.

Una entraña del vituperio que merecen quienes te enviaran a los abismos/

en nombre de solemnes intereses/

Dad testimonio de cargo cuando llegues hijo/ sublime del desamparo/

habla de los otros / que como tú/ han terminado devorados/

por los lodos y el frío/ del invierno implacable.

Reclamarle al Señor/ Ángel caído/ a nombre de esta humanidad al garete/

que haga sentir su justicia inclemente,

Confiésale el espanto de sus separaciones y desacuerdos/

háblale de la deidad de su intolerancia/ y verás/

que cuando te escuche el Señor sonreirá/porque eres su admonición/

su último ruego quizás de amor y compasión para los pueblos.

Aylan/ no dará tregua el sufrimiento/ después de tu terrible ejemplo.”

Tengo la esperanza de que al leerlos quien lo hiciere podría medir la magnitud de mi tormento. Algo que me abruma al meditar acerca de los peligros actuales del mundo.

No sé, pero a todo ésto se agrega la angustia de que entre nosotros estén sucediendo hechos premonitorios tremendos; es mucha la sangre inocente derramada por los salvajes ímpetus de un asesinismo aberrante. Ojalá no sea otro género de advertencia. En todo caso, que Dios nos ampare, como siempre lo ha hecho en los momentos más difíciles y conflictivos de nuestra historia.

Revolotean en el espíritu tantas manifestaciones de descalabro en esta isla, en la cual naciera y creciera nuestro pueblo, que no alcanzan las voces para la queja de verlo en medio de tantas tramas infernales.

Se ha estado jugando con gran riesgo con el destino de nuestro pueblo y no hay que exagerar cuánto de siniestro hay en ello. Nuestra Patria no es una simple miniatura que pueda ser borrada por un índice autoritario, tal como ocurriera durante aquella catástrofe mundial innombrable de la II Guerra y su Führer delirante y sanguinario.

Me he refugiado, así, en la angustia mayor que describo en mis pobres versos, como una manera de templarme para las adversidades propuestas con sus pesares, no necesariamente menores, que aquellas apocalípticas señales de los tiempos.

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