PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
La encíclica secreta de Pío XI
Nunca llegó a publicarse ofi - cialmente, pero reposaba sobre la mesa del Papa Pío XI la madrugada del 10 de febrero de 1939, día de su muerte. El Papa pretendía defender a los judíos y denunciar la violencia nazi en su contra. Sobre el escritorio papal, también estaba el discurso que Pío XI debía pronunciar el 11 de febrero ante el episcopado italiano, condenando el fascismo en términos agrios. Pío XII, su Secretario de Estado y sucesor electo el 2 de marzo de 1939, decidió no elaborar más el borrador de la encíclica. No la publicó, tampoco divulgó el severo discurso de Pío XI. Pensó que la paz mundial sería mejor servida con una gestión personal ante Hitler, a quien escribió una carta exhortándole a la búsqueda de la paz.
La gestación de la encíclica secreta, Humani Generis Unitas estuvo rodeada de la mayor discreción. El borrador de la encíclica estuvo a cargo del jesuita norteamericano, P. John Lafarge, S.J. (1880 – 1963). Su padre, un famoso artista de vitrales, no vio con buenos ojos la vocación sacerdotal de su hijo John, pero un amigo íntimo de la familia, Theodore Roosevelt, insistió en que se respetara la inclinación del joven graduado de Harvard. Lafarge fue ordenado sacerdote en 1905, y en 1906 entró en la Compañía de Jesús. Durante 15 años trabajó pastoralmente en las misiones rurales del condado de Saint Mary en Maryland. Esa experiencia le puso en contacto con la injusticia de la discriminación racial. El dinámico joven sacerdote invitó a Maryland a religiosas dedicadas a la enseñanza, de la raza blanca y negra. Abrió una escuela vocacional secundaria para jóvenes negros. En 1926, sus superiores le hicieron parte de los redactores de la prestigiosa revista América, de alcance nacional. En 1937 publicó la obra pionera, “Interracial Justice” donde la emprendió contra el sofi sma aceptado en el Norte y el Sur: nuestras escuelas son segregadas pero son igualitarias.
Lafarge mostró que “la segregación era la causa principal del estancamiento intelectual y económico del Sur”. ¡Se adelantó 40 años a las decisiones de la Suprema Corte de los Estados Unidos! Cuando los editores de América decidieron enviar a Lafarge a Europa en mayo de 1938 para aquilatar los rumores de guerra, ya Lafarge era un veterano en enfrentar el racismo contra los negros. En esa lucha, participaban sacerdotes y religiosas católicos, pastores y comunidades evangélicas y judías.
Estando en Roma, el 25 de junio de 1938, Lafarge se extrañó al recibir un mensaje privado de Pío XI convocándole a una entrevista personal. Lafarge se quedó de una pieza al encontrarse al papa hojeando su libro “Justicia Interracial. Luego de interrogarle largamente sobre su labor pastoral, Pío XI le pidió: escriba una encíclica como si usted fuera el papa. Lafarge le arguyó que no era latinista, ni fi lósofo social. El Papa le respondíó: dígale al P. Ledochowski, General Jesuita, que le asigne a los padres Gundlach, experto en asuntos sociales y políticos, y Desbuquois, consumado latinista. Lafarge y sus colegas trabajaron contra reloj, los 81 años de Pío XI y su salud no daban mucho tiempo. Para septiembre ya tenían un borrador. Movido por el respeto a sus superiores, Lafarge decidió entregarle el texto al P. General Ledochowski en octubre del 1938.
Se sabe que el polaco Ledochowski veía en la Unión Soviética el mayor peligro para la Iglesia y el mundo. El General tomó la iniciativa de entregarle el borrador al P. Enrico Rosa, S.J., de salud precaria, para su revisión. ¡Rosa falleció mientras la revisaba! Todavía Ledochowski dilata la entrega al Papa, quien enterado de que el borrador se encontraba en poder del General, se lo pidió en enero del 1939. El 10 de febrero fallecía el Papa. ¿Qué sería de la Encíclica?