Acojamos el Plan de Regularización de Dios

El Gobierno Dominicano diseñó y aplicó un plan para regularizar la situación migratoria irregular de las personas extranjeras que viven en nuestro país. Es un plan humano, de diseño reciente y limitado en su alcance y duración. Abarcó a miles de personas y se ejecutó en una sola nación, la República Dominicana, durante 18 meses aproximadamente. Es un plan parecido al Plan de Dios, porque algunos lo apoyan y otros lo rechazan.
Sin embargo, el plan de regularización de Dios es diferente al del Gobierno. Es divino, se diseñó antes de la fundación del mundo y se aplicó, por primera vez, a Adán y a Eva. Desde ese momento, Dios lo aplica en cada nación y, de manera particular, en la Quisqueya de nuestros amores y pecados con la finalidad de regularizar y poner en orden nuestra vida espiritual.
El Plan de regularización de Dios estará vigente hasta que Jesucristo, investido de poder y gloria, descienda del cielo por segunda vez a buscar su iglesia, o sea, a sus escogidos. Dios aplica su Plan sin tomar en cuenta el origen nacional, raza, color de piel, sexo, edad ni estado civil de las personas. Tampoco les toma en cuenta su nivel económico, social, político o cultural. No le interesa nada de eso.
Lo que verdaderamente interesa a Dios son las personas que incumplimos sus mandamientos, leyes y estatutos. Les interesan las personas que utilizamos el libre albedrío con que nos creó, para desobedecer y burlar sus normas éticas, morales y sociales. En suma, el Plan de regularización de Dios es lo mismo que su Plan de Salvación, el cual se ejecuta por medio de Jesucristo.
Dios quiere alcanzar con su maravilloso Plan a las personas que somos injustas, fornicarias, idólatras y adúlteras. También a las personas que tienen tendencia a la homosexualidad, al lesbianismo, al robo, a la avaricia, a las borracheras, a la maldición y a la estafa.
Hay que señalar, que Dios nunca ha sido indolente frente a tan bochornoso cuadro de depravación humana. El interés de Dios es que tomemos consciencia de nuestros pecados pasados y presentes. Nos llama a confesarlos y a arrepentirnos de ellos. A Dios no le interesa que se pierda el alma de ninguno de nosotros. Por ello, envió a su Hijo Amado Jesucristo a la tierra, para ayudarnos a huir, escapar y liberarnos de la práctica del pecado como hábito y estilo y de vida,.
Estos señalamientos nos invitan a reflexionar y a tomar la sabia decisión de acoger el Plan de regularización y salvación que ofrece Dios. ¿Qué tenemos que hacer para acoger y aprovechar este revolucionario Plan? Lo que hay que hacer es sencillo. Necesitamos dar los siguientes pasos:
1) Confesar con la boca y con sinceridad de corazón, ante Dios, que somos pecadores.
2) Reconocer que nuestras obras sociales o de caridad, por buenas que sean, no nos hacen merecedores de recibir el perdón por los pecados cometidos ni libraran de condenación eterna nuestras almas.
3) Creer, de todo corazón, que Jesús fue a la cruz a pagar con su muerte nuestros pecados.
4) Creer, de todo corazón, que Jesús resucitó al tercer día de entre los muertos.
5) Aceptar y reconocer a Jesucristo como único y suficiente Salvador de nuestra vida.
6) Después de recibir a Jesucristo como Salvador, creer que nuestros pecados han sido perdonados por el poder y la autoridad de su preciosa sangre.
7) Permitir que Jesucristo guíe nuestra vida y la llene, poco a poco, de su infinito amor.
8). Abandonar la práctica del pecado como hábito y estilo de vida.
9) Asistir a una iglesia cristiana a glorificar y alabar a Dios, a escuchar su Santa Palabra y a poner fe en ella.
10) Adquirir el hábito de leer, estudiar, aprender y obedecer lo que enseña la Biblia
Tan pronto recibimos y aceptamos a Jesucristo como Salvador de nuestra vida, viene a morar en nuestro corazón el Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir en santidad y pureza dentro y fuera de la iglesia, a ser amigos y colaboradores de Dios, a comunicarnos y recibir respuestas de las peticiones que hacemos a Dios. El Espíritu Santo nos ayuda, además, a cambiar nuestra manera de pensar y actuar, a vivir con gozo y paz en situaciones que antes no podíamos, a valorar más nuestra familia, compañeros de trabajo, a los vecinos y a nosotros mismos. Y nos ocurre algo increíble: desaparece el miedo que les teníamos al fantasma de la muerte.