Federico Soriano: domesticador de corazones

Querido Papá: Nunca habría querido escribir estas líneas para ti. Te ruego me perdones por haberlo hecho antes de que se produjera este desenlace final, porque es y fue como adelantar tu partida; pero sabes bien que en la madeja conque tejiste mi psicología pusiste un hilito que merma mi capacidad de sentir sin llorar y de llorar sin sentir; y sabía que después de que sucediera tu deceso no encontraría las fuerzas para hacerlo.

Han pasado cincuenta y seis años desde que estoy a tu lado; una lapso tan vasto y tan enriquecido en experiencias que no admite indiferencias; sobre todo en mí, que siempre fui quien te anduvo detrás desde que fui un niño. Hubo muchas tardes grises del lluvioso mayo compartidas debajo de aquél añorado laurel centenario en la entrada de la finca, donde supiste prodigarme tantas pasaditas de manos por la cabeza y consejos para la vida; consejos que aún me sirven y me servirán por siempre.

No se aprende en la escuela a educar, allí se aprende a instruir; tampoco se aprende en ella a amar ni a dar amor. Tú aprendiste eso porque te lo enseñó tu padre y asimismo fuiste capaz de darlo a tus hijos asido a tu máxima suprema de “Hijo fuiste y padre serás”.

Quizá no tenga fuerzas para leer esto al borde de tu tumba, de seguro lo hará uno de mis mejores amigos; pero sí te prometo que lo haré saber a todo el mundo, lo divulgaré como tributo fiel a la memoria de un verdadero papá

Creo que me escuchas, o al menos así pensaban los antiguos cuando instituyeron este tipo de discurso; pero me escuches o no, en este o en otro plano, quiero gritar a todo pulmón la frase que aspiro pongan mis hijos en mi lápida “Fuiste el mejor papá del mundo”.

Y si no me escuchas, cuestión que es muy probable, entonces, al igual que las cigarras de Ernesto Cardenal, que en “pascua resucitan”, que no cantan para sus hembras, porque estas son sordas, mi discurso se convertirá en un eterno canto de resurrección de esa capacidad que has tenido de domesticar el corazón de cada uno de tus hijos con el más grande amor que has sido capaz de dar, permitiéndonos saborear, desde muchas dormidas infantiles en tu regazo, hasta ese hermoso “te amo” que aún retumba en mis oídos y que te devuelvo hoy hasta siempre. TE AMO PAPÁ.

El autor es administrador de Bienes Nacionales

Tags relacionados