COGIÉNDOLO SUAVE
El monógamo acomodaticio
No sé si debido a sus seis pies de estatura, o a su labia de joven aficionado a la lectura, mi joven amigo de la década del cincuenta siempre tenía más de una novia al mismo tiempo. Lo que resultaba chocante y contradictorio era que afirmaba con frecuencia que cuando contrajera matrimonio se convertiría en un marido incapaz de mantener una relación extraconyugal. Claro que los que le escuchábamos hacer esa promesa, la acogíamos con escepticismo, cuando no con sonrisas o carcajadas burlonas. El afortunado jovenzuelo alardeaba de sus conquistas amorosas, y en numerosas ocasiones lo vi salir de salas de cine acompañado por parejas diferentes. Y hablo de teatros y no de hoteles o moteles, porque en esos años imperaban en la sociedad dominicana los tabúes sexuales y hacían casi inexistentes los noviazgos con dormida. Claro que había una que otra muchacha que, habiendo perdido su virginidad, y poseedora de mentalidad liberal, sostenía relaciones íntimas con sus parejas, la mayoría evitando que estas culminaran en un nuevo ser humano sobre el planeta. Otras menos liberales permitían a sus novios, además de los besos franceses, incursiones manuales por zonas en principio prohibidas de sus cuerpos. El hábil galán se casó cuando andaba todavía por la segunda decena de su edad biológica con una muchacha de padre adinerado, y sus amigos vaticinamos que sobre el frontal de su cónyuge se fijarían numerosas cornamentas. Sin embargo, transcurrido un par de años desde la boda, no tuvimos informaciones acerca de alguna travesura cuernil del personaje, por lo que llegamos a la conclusión de que su cambio de estado civil había curado su adicción “plurimujeril”. Una vieja canción señala que todo en esta vida se sabe sin siquiera averiguar, y una amiga me relató que había pasado una noche forcejeando con el presunto marido ejemplar desprovistos de ropa, en un hotel regenteado por descendientes de chinos. Confieso que, satisfecho por haber descubierto que mi amigo estaba faltando a su palabra, aproveché el próximo encuentro con él para ponerle el tema. -Una aventura carnal de escasas horas como esa, y las próximas que vengan, que tendrán la misma duración, no me convierten en adúltero, sino en monógamo con infidelidades cortas sin consecuencias, ni daño moral para mi esposa. Habló con el tono firme y la cara de convencimiento con que repitió tantas veces a sus relacionados su promesa de fidelidad marital.