UMBRAL
El terrorismo no es musulmán
(6) Si la “Virgen de hierro” se asemejaba a lo que la Biblia describe como el infierno, el mayor escenario de terror que se haya podido describir, diseñado para el que no “obedezca”, “adore” o siga por fe, de manera ciega y sin cuestionamiento a la autoridad suprema creada por el dogma, existieron otros instrumentos capaces de prolongar el tormento más allá de la hoguera pública y alquitrán, más allá de las torturas aconsejadas en los manuales de la CIA, trabajadas para no dejar huellas físicas que pudieran incriminar a los autores materiales e intelectuales en un mundo que predica con hipocresía el respeto a los derechos humanos. “La sierra” era otro de esos instrumentos pavorosos que buscaban la conversión, el respeto al catecismo, el castigo por la homosexualidad, porque debemos recordar, que el libro de los libros, en sus testamentos viejo y nuevo, define la relación entre varones como abominación al dios de los judíos y cristianos. En el capítulo 18 de Levíticos no puede estar más claro; en él, que se definen los actos inmorales, de acuerdo a lo “dicho” por Jehová a Moisés, se sentencia en su versículo 22 lo que sigue: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación”. Pues bien, en “La sierra” se colgaba al apóstata por los pies mientras dos individuos, sierra en manos y colocados uno de frente y otro a la espalda del cuerpo del castigado, deslizaban con lentitud el instrumento cortante por la entrepierna, con la intención de dividir en dos la anatomía de la víctima, solo que el método impedía un desangramiento que permitiera la pérdida del conocimiento, lo que ocurría cuando los filosos dientes de metal alcanzaban la zona del ombligo o el pecho. La idea era prolongar el dolor y la agonía. Muchas veces los condenados a muerte en plazas públicas, eran sometidos a actos de crueldad antes de la ejecución, porque el sádico inquisidor no podía permitirse muertes tan placenteras como en la guillotina, la hoguera o la fritura en alquitrán, pues los decesos se producían excesivamente rápido, casi sin dolor, con pavuras breves. Por ello crearon, para el condenado a muerte, “La horquilla del hereje”, que era un arco que se colocaba en el cuello del impío, ésta tenía una barra con cuatro puntas filosas, dos en un extremo que daba a la barbilla y las otras dos a la parte superior del pecho, impidiendo que el individuo pudiera mover la cabeza o articular palabras. Mientras los pueblos históricamente han promovido la innovación tecnológica para ser competitivos, los inquisidores también la promovían para ponerla al servicio del terror, del terrorismo de Estado y religioso en esta alianza macabra que diversificó, tanto métodos como instrumentos, para descargar su intolerancia. Y así, además de los descritos, inventaron “El desgarrador de senos”, “la cuna de Judas”, “La tuerca”, “El potro escalera”, “El toro de falares”, en fin. Esta escalofriante cacería, orgía de sangre, carne, heridas y abrasiones, nació en Francia en 1184, cuando se fundó la Inquisición Medieval en Languedoc, para combatir la herejía de los cátaros o albigenses.