Tiempo para el alma

“No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano”. Lev. 19: 15. La ceguera de la justicia no ha de ser selectiva. La venda en sus ojos no está hecha para aislarse de las demandas del ejercicio equilibrado y honesto, ni para negarse a la mirada penetrante y reclamante de la ética; no para pasar indiferente, por no ver, ante la equidad. No es un juego de palabras ni se trata de cacofonía, ni de repetición, ni de limitación de vocabulario, mucho menos es contradictorio ni absurdo: juzgar con justicia tiene su fundamento en una práctica incorrecta, viciada, preferencial, parcializada, corrupta, sectorial, débil y miedosa de la justicia allende cualquier límite. No debería la justicia parir injusticia, no parece lógico, digamos que es antinatura, es el engendro de un monstruo dañino y caníbal que devora a la humanidad, la encarnada en el ser y la que nos mueve a la equidad. Diríamos también que la práctica injusta de la justicia es criminal y vil, asesina la esperanza, la que nunca debería morir.

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