El peligro de llamar al odio

Tanto da la gota en la piedra, que forma una estalagmita. Cuando la gota es un discurso que machaca sin cesar mentes ávidas de explicaciones a su desdicha y escapes a sus frustraciones, es caldo de cultivo para los peores males. Cuando apareció en un parque de Santiago de los Caballeros el cuerpo de Jean Claude Jean Harry, alias Tulile, colgado en un árbol, atado de manos y pies, muchos contuvimos la respiración y deseamos que esa escena, que de manera tan dramática nos remitía a los linchamientos del Ku Klux Klan, no hubiera sido obra de dominicanos. Las dubitativas informaciones emanadas de la Policía Nacional y las hipótesis filtradas sobre el tema han causado más inquietud que sosiego. Ya Haití anunció el viernes que retiraba temporalmente para consultas a su embajador en República Dominicana y que emitiría una carta a nuestra Cancillería para que “se arroje luz sobre este expediente”. Tan densa es la atmósfera que en las redes sociales se vive un verdadero acoso cibernético, una avalancha de desprecio y odio que ha sacado lo peor hasta de personas que se autoproclaman cristianas amantes de la vida. Los niveles de irracionalidad han llegado al punto de llevar a individuos a proferir amenazas de muerte contra periodistas reputados, solo por no compartir sus posturas sobre el tema de los dominicanos de ascendencia haitiana o la migración haitiana hacia el país. Hemos conocido muy de cerca la capacidad difamatoria de sectores que, cual buen ladrón que juzga por su condición, atribuyen a todo el que no comulga con su credo toda clase de aberraciones. Nada bueno puede surgir de tanto llamado al odio. Tan alta está la tensión, que cualquier tragedia, de este o aquel lado de la frontera, es posible. Asumamos de una buena vez de manera responsable el manejo de este delicado e inevitable tema. Además de hipócrita, aupar enemistad con el vecino es irresponsable y peligroso.