Tiempo para el alma
Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y él no tienta a nadie. A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce”.Stgo. 1: 13, 14.
“¡Eso es Dios que me está tentando a ver si caigo!” ¿Han escuchado frases como esa? Cuando estamos a punto de sucumbir ante una tentación o después de haber sucumbido ante ella, tratamos de buscar un culpable, por supuesto, que no sea uno mismo. “No es mi culpa, soy humano, soy débil” ¡Vaya irresponsabilidad y desfacha tez! Lo que hacemos es única y exclusiva responsabilidad de cada cual, a no ser que se trate de alguien que aún no tenga la suficiente madurez para discernir, y habría que ver.
Ante la tentación no se cede con una pistola en el pecho, eso no es tentación, estaríamos hablando de ser víctima de un abuso; ante la tentación la persona se inclina por placer, por curiosidad, por desobediencia.
En los casos normales, no rodeados de elementos agravantes, caer ante la tentación es una opción personal, de modo que no involucremos a Dios en eso, a no ser para recordar su guía y saber ser fuerte en la debilidad.
Como dice Santiago, la tentación lleva al pecado y el pecado a la muerte. Y hay tantas formas de morir, tantas muertes diferentes, y tantas formas de matar, que no solo físicamente, quebrar las alas del alma, por ejemplo.