UMBRAL
El terrorismo no es musulmán
(5) Occidente, que durante la Revolución Francesa afianzó el poder capitalista, terminando con los restos políticos del feudalismo; que sirvió, con el apoyo popular, para impulsar la llamada democracia moderna, mediante la promoción de un estado de derecho, con esencia en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, se fraguó en medio de un frenético período de violencia que implicó la implementación del terrorismo de Estado para silenciar a los opositores. Dicho de otra manera, se violaban los derechos de los opositores, los que pagaban hasta con su propia vida, para imponer un régimen de libertades y derechos. Maximiliano Robespierre, el jacobino que lideró las atrocidades de los revolucionarios, llegó a convencerse de que el terror y la virtud se convierten en elementos sustanciales del gobierno popular en situaciones de emergencia. Lo explicaba de esta manera: “La virtud sin la cual el terror es funesto y el terror sin la cual la virtud es impotente”. Fue bajo este convencimiento que creó en 1793 el Comité de Salud Pública, el que tendría por responsabilidad juzgar a los contrarrevolucionarios, muchos de los cuales perdieron la vida al pie de la guillotina, pues este hombre insistía en argumentar que “en algunas circunstancias es cruel ser débil y criminal ser indulgente”. Las palabras de Robespierre parecen la de un jihadista musulmán del Estado Islámico o Al Qaeda, difundidas para justificar sus acciones terrorista frente a los que ellos definen como infieles. En el caso de los jacobinos los infieles eran los del clérigo, los simpatizantes de la monarquía, y los soldados desertores. Se perseguía a toda suerte de individuo sospechoso de militar en la causa contraria, por ello fueron tantos los condenados por el Comité, que se estima en más de 40 mil las personas que perdieron sus cabezas a manos de los defensores de los derechos del Hombre y los Ciudadanos. Curiosamente, la orgía de decapitaciones de La Revolución dejó su secuela hasta el 10 de septiembre de 1977, fecha de la última decapitación en Francia; la víctima fue el tunecino Hamida Djandoubi. Aunque con la Revolución Francesa inició el terrorismo de Estado de la era moderna, con ella desaparecía el oscurantismo arropado en el manto de terror del cristianismo: La Santa Inquisición. Este fue un largo período que comenzó en la Edad Media. Durante él los tribunales del Santo Oficio persiguieron los delitos contra la fe. Todo el que no profesara el catolicismo era perseguido por hereje y sometido a las más escalofriantes torturas y asesinados, de las formas más humillantes y espantosas, y en público, para escarmiento de los que pudieran resistirse a la “conversión”. Para causar dolor y muerte se recurrió a la creatividad de los inquisidores, que diseñaron instrumentos infernales como el sarcófago en posición vertical, conocido como “Virgen de hierro”, cuyas puertas y espaldar, tenían púas largas y afiladas que no mataban de inmediato al acusado y obligado a entrar al aparato, ya que se fijaban de tal forma que no lesionaran órganos vitales, para de esta manera prolongar la tortura hasta causar una muerte espantosa y cruel.