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La narrativa de Alice Munro

Acostumbrada a registrar y a exponer las claves de la intimidad, la renovación estética o temas álgidos para el humanismo y la sociología, la literatura no preveía que un decir tan carente de artificios escalaría tanto como hizo en 2012 la escritura/arte de la canadiense y Premio Nóbel de Literatura de ese año Alice Munro.

Leí uno de sus cuentos en la Internet y salí de caza, tras sus libros.

Empecé a abocetar algunas notas cuando el día caía en el remanso del fracaso, en el éxtasis del éxito o en la abulia.

El racionalismo mata el arte y la demanda de prensa y cotejar números y cifras me alejaron de Alice Munro. No volví sobre sus textos como persecutor de quién sabe qué cosa o ideal soñado.

Escribir es adoptar una perspectiva y la de Alice Munro conduce a unas mujeres dueñas de la comprensión de sus circunstancias; emergidas del dolor y de las dudas sobre la perennidad de cualquier dicha o desgracia.

Las mujeres de Alice Munro son la tolerancia. Agrada e inquieta su ductilidad. Soñadoras y realistas; intimistas hasta en lo público; tolerantes y casi infantiles. Pasean entre motivos y personajes su necesidad aferrada a roles impuestos.

Cambian obligadas por la mutación de emociones y sentimientos de los demás. Como en la vida.

El cambio interior es lo invariante y personalísimo en ellas. El otro cambio, el del entorno, apenas existe.

El real ocurre adentro y mueve de lugar y significado a la gente que alguna vez fue; las hace algo ahogado bajo vaporosas reminiscencias y memorias. Finalmente las extingue, dejando vírgenes las emociones provocadas por su cercanía o su ausencia.

Narra mujeres ante ventanas abiertas a nuevas aventuras.

Aunque lleguen recorriendo dolor o sufriendo. Mostrando una permanencia discreta o exhibicionista.

Viven para dejar vivir como si las animara una secreta consciencia de que lo poseído y creído seguro puede dejar de estar ahí en cualquier momento y —sin embargo— no hay que morir de tristeza, odio o rencores porque así ocurra.

Todo es superable, afirma robustamente.

Y las mujeres son las más abiertas y obligadas a adaptarse a los cambios ante los vaivenes de la edad y la vida; creciendo vale decir.

Necesitan reconstruirse (vidas, espacios e identidades), producto de los cambios de la gente que llega, entra y sale de ellas, dejándoles dolores y sufrimientos que luego apenas recordarán o les provocarán emoción o sentimiento.

De aquí su tesis: olvidar cura.

Igual que tolerar y mucho más que perdonar. Sin rasgo irracional o místico, Alice Munro agota su objeto en designaciones robustas; en una dramática que contextualiza la identidad; que acota espacios y hechos como si escribiera un diario, un registro escueto de lo acontecido… Narrativa que es un proyecto a completarse viviendo la vida por vivir.

Alice Munro señala lo que cambia en lo invariante: los amigos, los demás. De ahí el amor, las traiciones y engaños… Importan porque caracterizan personajes/momentos, develando caracteres cuyas historias apenas completan una línea. Es necesario re-transirlos para obtener lo válido. Por eso barbacoas y encuentros son palimpsesto de lo vivido; oportunidad para referenciar la pertenencia e identidad por comparación y síntesis.

La humanidad es femenina en la narrativa de Alice Munro. O al menos debiera serlo. Sus mujeres tienen una comprensión realistaemotiva de las circunstancias. También la necesidad de superar carencias, vacíos y duelos dejados por relaciones y amores rotos, interrumpidos o muertos cuando más se creía que estaban vivos y seguros.

Nada nos pertenece definitivamente si todos somos libres, si la tolerancia rige la vida y están en igual derecho de entrar/salir de espacios-relaciones las personas. La meta es comprender que el otro cambia; el amor que venía desde la juventud en y con nosotros; que somos sustituibles por alguien más rudo y sin la mínima grandeza que para el otro resulte útil para algo. Hay utilitarismo en el amor, sugiere Munro.

Pero hasta eso es previsible. Y que pueda doler, también. Lo mismo que debe ser superado. Así, no se culpa a alguien por algo. Simplemente se olvida o se acepta que para uno de ellos llegó el momento de dejar el apartamento o el hogar que construyeron junto al lago, donde se prometieron envejecer, para reiniciar por separado. Haya o no terapias de grupo, un día y sin anuncio la primavera regresará y a través de la ventana. Anunciará ‘Aún existe el sol radiante’. Y el sol radiante colará su luz entre las hojas y su luz mostrará las flores multicolores del jardín y luego traerá la vida envuelta, entre aromas vegetales.

Esta literatura llama a llenar el vacío que dejan las pérdidas y el desamor.

O la costumbre que zambulle hasta el fondo de la rutina el paso de las horas y los días.

Se sufrirán pérdidas y desamores si se vive, dice la narrativa de Alice Munro. Pero se irán para renacer en nuevos amores y dichas. El precio es que resurja la consciencia tranquila sobre lo mutable de la gente; de que por más esfuerzo por construir lo seguro, todo puede caer hasta hacerse añicos, incluyendo el placer de regresar al hogar a través de caminos florecidos e impregnados de esa fragancia vaporosa capaz de conducir al Nirvana o al Paraíso.

En los cuentos de Alice Munro las mujeres crecen e invitan a crecer desde el dolor; a valorar lo que se tiene; a anteponer la comprensión a cada circunstancia y, especialmente, a que todo en el universo cambia sólo y exclusivamente porque cambian las personas en torno a nuestras vidas. El árbol permanecerá más tiempo en su lugar. Igual las viviendas, calles y la ciudad... Sólo la gente cambiará, se irá, dejará un vacío. El dolor y el luto terminarán en una especie de catarsis reducida, minimalista; en una iluminación fugaz sobre lo cambiante que por la gente mutable, la libertad y la tolerancia eres tú, son los demás y es la vida.

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